Fracturación Hidráulica (Fracking)

Esta técnica consiste en la perforación de un pozo vertical hasta alcanzar la formación que contiene gas o petróleo. Seguidamente, se realizan una serie de perforaciones horizontales en la lutita (roca sedimentaria con cantidades relativamente grandes de material orgánico), que pueden extenderse por varios kilómetros en diversas direcciones. A través de estos pozos horizontales se fractura la roca con la inyección de una mezcla de agua, arena y sustancias químicas a elevada presión que fuerza el flujo y salida de los hidrocarburos de los poros. Pero este flujo disminuye muy pronto, por lo cual es necesario perforar nuevos pozos para mantener la producción de los yacimientos. Por este motivo, la fracturación hidráulica conlleva la ocupación de vastas extensiones de territorio.

Los hidrocarburos que se extraen de las lutitas (o el shale) son el petróleo y el gas natural que se encuentran atrapados en los poros de formaciones rocosas poco permeables situadas en el subsuelo. Suelen encontrarse a profundidades de entre mil y cinco mil metros.

Los principales impactos socioambientales del uso de la fracturación hidráulica son: disminución de disponibilidad de agua, contaminación de las fuentes de agua, impactos sobre la salud (debido a sustancias mutagénicas y/o cancerígenas, debido a sustancias químicas que irritan la piel y las vías respiratorias, y debido a la presencia de precursores hormonales en el agua) y la emisión de gases contaminantes, entre los cuales se incluyen gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global.

Según datos presentados por la Alianza Mexicana contra el Fracking -con información de CartoCrítica- al menos 924 pozos han sido perforados desde 2003 en México mediante la técnica de fractura hidráulica. Los estados afectados por esta práctica, ahora promovida por la reforma energética, son: Coahuila (47 pozos), Nuevo León (182 pozos), Puebla (233 pozos), Tabasco (13 pozos), Tamaulipas (100 pozos) y Veracruz (349 pozos).