El laberinto de los migrantes venezolanos en Mérida (Yucatán)

Fabio Fuentes / Sol Yucatán

En las calles de Mérida, tres familias venezolanas enfrentan una crisis humanitaria que parece no tener fin. Huyendo del departamento de Zulia, Venezuela, estas familias dejaron atrás un país devastado por la hiperinflación, el desempleo y la inestabilidad política. Sin embargo, tras un largo y peligroso peregrinar por México, han encontrado nuevas barreras en un territorio que se presenta cada vez más hostil.

Conformadas por 17 personas, incluidas nueve menores de edad, las familias llegaron al país a través de rutas diferentes. Dos entraron por la frontera sur en Tapachula, Chiapas, mientras que otra logró cruzar por Belice. En su trayecto, enfrentaron peligros extremos, incluyendo intentos de ser cooptados por redes criminales en la Riviera Maya, donde fueron expulsados de dos establecimientos que intentaron involucrarlos en la venta de estupefacientes. Ahora, en Mérida, sobreviven en condiciones de extrema precariedad mientras intentan decidir su próximo movimiento.

El asedio de las autoridades y el temor a la frontera norte

El Instituto Nacional de Migración (INM) ya los tiene bajo vigilancia, según indican ellos mismos. «Nos siguen los pasos, saben dónde estamos», comenta Jonathan Herrera, padre de cinco de los niños migrantes. El INM ha advertido que, si no regularizan su situación, serán deportados a Tapachula, una ciudad descrita por Jonathan como una «prisión al aire libre» donde las oportunidades son nulas y los peligros abundan.

La incertidumbre aumenta con el panorama político internacional. En enero, Donald Trump asumirá nuevamente la presidencia de Estados Unidos, y sus amenazas de implementar medidas extremas para expulsar a los migrantes resuenan con fuerza. «Nos han dicho que si no llegamos a la frontera antes de enero, será imposible cruzar. Trump incluso ha hablado de usar la fuerza militar contra los migrantes», relata Jonathan, con una mezcla de miedo y resignación.

Los propios migrantes han sido advertidos de que vivir en la frontera norte de México es un infierno en sí mismo. «Nos han contado de los secuestros, las extorsiones y los peligros de las ciudades fronterizas. Dicen que es peor que todo lo que hemos visto hasta ahora», explica Marina, la esposa de Jonathan, quien teme que su familia quede atrapada en un limbo aún más peligroso si intentan avanzar.

La dura realidad en Mérida

Mientras tanto, en Mérida, las condiciones no son mejores. Los niños, visiblemente desnutridos, caminan descalzos o con zapatos destrozados, vistiendo camisetas viejas y donadas, muchas de ellas con logotipos de eventos o campañas políticas. Sus rostros reflejan el cansancio y la carencia. «No es vida para ellos, pero ¿qué podemos hacer?», dice Marina.

La situación laboral es prácticamente inexistente. Sin papeles, ni experiencia en los sectores más demandados de Mérida, como el turismo, estas familias no han logrado encontrar trabajo. Además, el rechazo social es palpable. Jonathan relata cómo, al intentar vender dulces en avenidas como la Líbano y el Circuito Colonia México, los vecinos se han quejado y la policía los ha instado a irse.

El padre Lorenzo Mex, dirigente de la Pastoral Migrante en Yucatán, ha tratado de brindarles apoyo, buscando casas temporales donde puedan alojarse. Sin embargo, dispersarlos también responde a una estrategia de seguridad, pues concentrarlos en un solo lugar los convertiría en blancos fáciles de los traficantes que operan en la región. «Es una situación insostenible. Aquí no hay refugios adecuados, y la falta de políticas migratorias claras pone en riesgo a estas familias», comenta Mex, visiblemente preocupado.

El religioso también señala que Mérida, aunque aparentemente tranquila, no está exenta de redes criminales que buscan explotar la vulnerabilidad de los migrantes. «En lugares como la Riviera Maya ya han intentado captarlos. Si no les damos opciones, el crimen organizado los tomará», advierte.

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