“¡Yo lo hice; fuimos todas!”
Texto: María Ruiz; Fotos: María Ruiz y Ximena Natera/ PIE DE PÁGINA
Una marea colorida y furiosa le dio vuelta a la Glorieta de los Insurgentes, el centro neurálgico de la vialidad en la capital del país. Eran cientos, quizá un millar de mujeres, hartas de habitar en un país feminicida.
Decidieron bloquear la avenida, llenar de diamantina las calles, y luego, al calor de la euforia y de la rabia, romper vidrios, pintar monumentos y encender fuego, primero en una estación de Metrobús y después en una oficina de la policía.
Furia fue lo que se vio en una protesta que al principio parecía que sería una expresión de solidaridad femenina. Pero fue subiendo de tono, en parte porque se desataron una serie de rumores que tensaron el ambiente, y en parte porque hubo personas que llegaron con la consigna de alterar la manifestación. La más evidente fue la de un joven que, tras ponerse de acuerdo con otro hombre, golpeó en el rostro a un desprevenido reportero televisivo Juan Manuel Jiménez, mientras transmitía en vivo.
Por la noche, el gobierno de la ciudad de México emitió un comunicado en el que deslindó a la mayoría de las manifestantes de los actos de violencia, “para ellas las puertas de la Ciudad de México están siempre abiertas al diálogo franco”. Pero para quienes agredieron reporteros y dañaron edificios públicos, las autoridades sentenciaron: “no habrá impunidad”. El comunicado también reiteró que el gobierno de la Ciudad de México no caerá en la provocación de usar la fuerza pública, porque “eso es lo que quieren”, sin aclarar quiénes.
El inicio: los rumores
La marcha comenzó en el interior de la glorieta, ahí, parte de las organizadoras pidieron silencio una vez, dos, pero las consignas iban brotando una a una, sin parar, hasta que los puños en alto aparecieron y con ellos el silencio. Comenzaron a leer su pliego petitorio que desde horas antes compartieron en redes sociales.
En el pliego dirigido a la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, a la procuradora General de Justicia, Ernestina Godoy, al secretario de Seguridad Ciudadana, Jesús Orta Martínez y a la fiscal central de Investigación para la Atención de Delitos Sexuales, María Concepción Prado, las feministas redactaron 13 peticiones; algunas de ellas fueron pedir disculpas por criminalizar la protesta anterior, activar la alerta de género, protección a víctimas y castigo a los responsables de filtrar la información de las denuncias. Al terminar, comenzó el bloqueo.
La batucada encapuchada y el contingente negro encabezaron la manifestación. Ellas y sus latas de aerosol abrieron paso al resto. En las calles, empezando por Génova y luego por Liverpool, pintaron consignas feministas, radicales y uno que otro “shame-baum”, hasta llegar a Insurgentes. Ahí, los primeros vidrios cayeron.
La diamantina flotaba verde, morada, rosa y luego pintaba el suelo. La veías en las caras y en las pancartas; la compartían, “adiamantaban” a sus amigas y la aventaban a los hombres que intentaban pasear entre los contingentes: no hombres, se dijo y fue algo que durante toda la marcha se cuidó. No hombres.
El primer rumor fue durante la lectura del pliego. Una chica contó alarmada a quienes leyeron el pliego que estaban golpeando a mujeres en el Metro. Nada se comprobó.
Ya en la estación de Metrobús y después de darle una media vuelta a la Glorieta, las mujeres pararon frente a la Secretaría de Seguridad Ciudadana a gritar consignas. ¡Violadores!, les gritaban. ¡Violadores!
En ese momento comenzaron los cohetes. Algunas chicas se asustaron, se corrió la voz de que entraría la policía. El pánico colectivo de buscar salidas se empezó a sentir hasta que una chica comenzó a gritar ¡Juntas, juntas, juntas! Las chicas a su alrededor pararon, y con cada “juntas” que gritaron, se recobró la calma.
El estallido: “fuimos todas”
Se sentía cerca, algo iba a estallar y estalló. Fueron primero los vidrios de afuera, luego los de los anuncios de adentro, luego las teles, las escobas. El contingente radical feminista fue desarmando la estación del Metrobús Insurgentes hasta incendiar una fogata hecha de anuncios publicitarios sonrientes.
Desde afuera algunas mujeres que no participaron en la destrucción de la estación gritaban emocionadas, unas se unieron, agarraron escobas y golpearon los vidrios. Otras mejor se dispersaron y se unieron a contingentes que caminaron hacia otras partes. Pero quienes se quedaron, que fue una gran parte, no ocultaban su emoción cada que algo se rompía.
De nuevo el rumor de una posible represión, ahora con los destrozos, cada que se sentía una posible amenaza, una voz gritaba fuerte: “no nos separemos, estemos juntas, no nos separemos, que nadie se quede atrás”.
Juntas, se movieron hasta la calle de Florencia, pasando por Chapultepec y pintando unas cuántas patrullas en el camino. En Florencia pararon, frente a la oficina de la policía y comenzaron las pintas.
Un grupo logró entrar a las instalaciones y desde adentro romper, pintar, quemar. Violadores, escribieron.
Afuera, las mujeres del resto de la marcha observaban como la rabia de las feministas radicales consumía otro edificio. Ninguna buscó impedirles que lo hicieran, al contrario, observaban, cuidaban y avisaban si veían policías cerca. A todas las unía una cosa: el hastío por la violencia a las mujeres y la impunidad.
Entonces llegó un camión de bomberos. Y las mil mujeres que permanecían afuera, dieron su primera declaración: ¡Yo lo hice; fuimos todas! ¡Yo lo hice; fuimos todas! Y las mil mujeres replegaron al camión.
Las pintas siguieron, los pedazos de ladrillo volaban a los vidrios de la estación; poco después del intento de los bomberos por entrar, lo logró la policía. En ese momento un enfrentamiento era muy posible, pero Marabunta lo contuvo, formaron una cadena humana que les separó.
¡Mujer policía, a ti también te violan!, ¡mujer policía, te están usando! Le gritaban las mujeres al grupo de mujeres policías que ocupaba la primera línea de fuego y que, conforme pasaron las horas se sintió cada vez más diminuto.
La manifestación decidió seguir. Se dirigió al Ángel y cuando la mayoría ya había llegado otro rumor les pidió regresaran a la estación de Florencia: había dos detenidas. La mayoría se regresó. Las que se quedaron en el Ángel comenzaron a garabatear el monumento.
¡Yo lo hice; fuimos todas! Volvieron a gritar.
La calma
Un grupo conformado por por una abogada, un integrante de Marabunta y una chica de la manifestación escogida al azar, entraron a las instalaciones de la policía a revisar que no hubiera personas detenidas. Al parecer solo había humo y no encontraron a las chicas.
Mientras Marabunta intentaba calmar los ánimos y reencauzar la protesta, en las redes sociales se libraba otra batalla, entre quienes rechazaban las formas violentas de la protesta y quienes pedían que no se perdiera el foco del enojo, que es la violencia contra las mujeres.
El gobierno de la ciudad emitió un comunicado en el que dijo que volvió a repetir que no caerá en la provocación de usar la fuerza pública, aseguró que está comenzando un programa para enfrentar la violencia de género e hizo un llamado a “quienes luchan legítimamente” por la defensa de los derechos humanos y la erradicación de la violencia a que ayuden a generar un clima de paz.
Después de otra negociación intensa entre feministas, Marabunta y policías, sin llegar a ningún esclarecimiento sobre si hubo o no detenciones. Un contingente propuso ir a los ministerios a preguntar. Y juntas, todas, se marcharon de la estación.