El gueto mexicano: La guardia criminal
La guardia criminal
Texto: José Ignacio De Alba; Fotografía y videos: Duilio Rodríguez/ PIE DE PÁGINA
Tamaulipas es la frontera más cercana para quienes, desde el sur del país, buscan llegar a Estados Unidos. Pero también es la más peligrosa. En la última década, este lugar se convirtió en un hoyo negro para el paso de migrantes, donde son secuestrados, extorsionados, engañados y asesinados. Aquí los migrantes son tan sigilosos que no se les ve si no es en un albergue.
Esta es la otra frontera de un país que podría parecer otro, uno que está en guerra. La custodia de las fronteras fue entregada hace años a los cárteles, que tienen todo el control del estado para definir qué migrante pasa o no. Ellos, los criminales, son el muro que regula el paso.
Es paradójico: en el estado donde fueron masacrados 72 migrantes en agosto de 2010, y donde se han registrados sistemáticas desapariciones de autobuses, la Guardia Nacional no se ha desplegado como en otros puntos fronterizos. Pero sí se aplica ya el programa de retorno para los solicitantes de asilo en Estados Unidos, lo que pone en alto riesgo a los migrantes que son devueltos para esperen su trámite en México.
Muerte en el Río Bravo
SALTILLO COAHUILA.- Como si transitar por México no fuera suficiente riesgo, los migrantes que buscan llegar a Estados Unidos se enfrentan en el último tramo del país al Río Bravo. Cruzarlo es el último obstáculo para dejar México. Pero los últimos metros son una lucha que se gana a nado y miles de personas se han ahogado en las verdosas aguas de esta frontera.
Juan N tiene 18 años, intentará llegar a Estados Unidos por segunda vez cruzando el Río Bravo. El muchacho explica que es recomendable amarrarse botellas de plástico a la cintura para flotar con facilidad durante la travesía. Apenas mide un metro sesenta y es delgado. Habla de los engaños del río como quien cuenta una aventura: “Parece tranquilo pero por debajo hay remolinos que te chupan. Después de lanzarte tienes que dejarte llevar por la corriente, pero nunca tienes que dejar de nadar”. Luego remata: el agua del río es tan fría que entume los músculos de las piernas.
Juan viaja solo. Dice que viene de Honduras y cuenta que el año pasado logró cruzar el Río Bravo y caminó durante seis noches por el desierto antes de ser detenido por la Border Patrol. En estas semanas intentará cruzar de nuevo. Se dice confiado: en Houston lo espera su papá, a quien nunca ha visto, pero está seguro lo ayudará.
El Rio Bravo nace en las montañas rocallosas de Colorado y fluye hacia el sur hasta desembocar en el Golfo de México. En más de la mitad de su recorrido –de Ciudad Juárez, Chihuahua, hasta Matamoros, Tamaulipas– el afluente se convierte en el límite entre Estados Unidos y México.
Cruzar este río es la forma más rápida de llegar a Estados Unidos para los migrantes que vienen del sur del país. Pero hacerlo por Tamaulipas tiene su precio, a veces demasiado alto.
El Río Bravo no es exuberante como los ríos del sureste mexicano; en las riberas hay carrizos y maleza. La afluente transita por parajes más bien desérticos. Las lanchas que lo patrullan se limitan a recorrer algunas zonas, la mayoría del rio es innavegable por el fondo rocoso.
Pero los migrantes describen “al Bravo” enorme, helado y profundo; un monstruo con el que lidiarán en la última parte del viaje. El río puede ser hondo y difícil, pero el estrés al que son sometidos los migrantes durante el viaje provoca que lo vean como un reto demasiado grande.
“El río se puede cruzar caminando, pero los migrantes están tan desesperados que no tienen la templanza para pasarlo”, asegura el religioso Pedro Pantoja, director de la Casas de Migrante de Saltillo, el último oasis de los migrantes que van a la zona más peligroso de toda la frontera.
Apenas el mes pasado, los cuerpos de Óscar Martínez y su hija de dos años fueron hallados en la orilla del Río Bravo. Los salvadoreños yacían boca abajo en el lodo, abrazados aún en la muerte. La imagen se hizo famosa en todo el mundo porque los cuerpos quedaron en un sitio muy concurrido de Matamoros.
Pero su historia trágica comenzó en las oficinas de migración mexicanas, donde Martínez y su familia esperaron meses para ser atendidos. La desesperación provocó que el padre se arriesgara a cruzar el río a nado; para mantenerla junto él decidió meterla dentro de su playera mientras intentaba llegar a Brownsvile. La corriente los ahogó y arrastró unos 200 metros antes de regresarlos al lado mexicano.
En Matamoros hay un memorial para los migrantes que han muerto ahogados en el Rio Bravo. Una vez al año se reúnen diferentes iglesias para rememorar a los miles que han muerto, y arrojan flores al agua. Otras cruces han sido colocadas a lo largo de la ribera.
Según las Autoridades de Aduanas y Seguridad fronteriza de Estados Unidos unas 7 mil 500 personas han muerto en los últimos 20 años intentando cruzar el Río Bravo. En el lado mexicano las autoridades no llevan ningún tipo de registro de los muertos. Es una tragedia apenas visible por la prensa de nota roja local.
Muchos de los cuerpos que se encuentran en el río fueron arrojados por los grupos criminales que operan en la zona aseguran defensores de derechos humanos. Una afamada canción llamada “Corrido del Río Bravo” de los Cadetes de Nuevo León relata cómo el hampa utiliza el arroyo para el contrabando y como tiradero de cuerpos: “la mayoría son matados y te los echan a ti” dice la copla.
“El Río Bravo es un misterio de crímenes, pertenece al crimen organizado”, asegura el padre Pantoja.
El mes pasado, con menos proyección en medios, llegó a la orilla del río el dorso de un hombre. El cuerpo desmembrado y con huellas de tortura fue recogido por la policía de Eagle Pass (Texas). Las autoridades estadounidenses aseguran que podría tratarse de un sudamericano que sufrió una muerte violenta a manos de criminales.
Nadie sabe su nombre, nadie encontró sus partes; el cuerpo espera a ser identificado en una morgue del lado estadounidense.
Nuevo Laredo: el miedo
NUEVO, LAREDO, TAMAULIPAS.- En una tienda Oxxo un hombre pide dinero a la clientela; se apoya con una muleta mientras extiende la mano esperando que alguien le dé una moneda. Tiene la piel manchada y los zapatos rotos, por momentos se acuesta junto a la entrada donde tiene sus pertenencias. Con los ojos atentos requisa a la gente que entra y sale. No lo parece, pero el hombre es una “estaca”, un vigilante en el argot criminal. Entre las ropas roídas esconde un radioteléfono y reporta, cada tanto, lo que sucede en ese punto.
En Nuevo Laredo los vigías que reportan a células criminales quién entra y sale pueden ser viejos, vagabundos, amas de casa, limpiaparabrisas, comerciantes ambulantes, taxistas, y hasta los propios empleados del Oxxo. Aquí, los migrantes que llegan a refugios no salen ni por equivocación a la calle por miedo a ser secuestrados.
El albergue Casa del Migrante Nazareth parece un búnker: las bardas son altas, por encima de los muros hay un serpentín con púas, tiene circuito cerrado de video, ventanas polarizadas con protecciones. Los migrantes se resguardan aquí “como si los estuvieran cazando”, asegura el director del albergue, Julio López.
La primera semana de julio, Nuevo Laredo se unió a las ciudades fronterizas en las que los migrantes podrán esperar a que se resuelvan las solicitudes de asilo requeridas al gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, organizaciones de derechos humanos se oponen a la medida en Nuevo Laredo por considerarla de “alto riesgo”.
La organización internacional Médicos Sin Fronteras, por ejemplo, aseguró que la ciudad fronteriza “es controlada por grupos del crimen organizado”. En un comunicado, detalló que en Nuevo Laredo ha atendido a 378 personas, de las cuales, 45 por ciento sufrió algún tipo de violencia; 12 por ciento de esa población fue secuestrada.
Médicos Sin Fronteras sostiene que la espera en esa ciudad expone a los migrantes a ser asaltados, extorsionados, secuestrados y asesinados, por lo que considera que es una “política inaceptable”.
Los testimonios recabados en la Casa del Migrante Nazareth lo confirman: hace un par de años, los migrantes que se quedaban en el albergue, ubicado a unos 500 metros de la frontera con Estados Unidos, solían salir a comprar sodas, frituras y comida a comercios vecinos. Pero muchos fueron secuestrados por Los Zetas, el sanguinario cartel que esparció el terror en el estado. En fechas recientes, una célula local del cártel se independizó y ahora se autodenomina Cártel del Noroeste.
Este grupo opera en las calles de la misma forma: con un control absoluto de lo que pasa, de lo que se publica en medios y de lo que se dice en la ciudad, asegura un experiodista que pide no publicar su nombre. El grupo controla todas las actividades del municipio, “el gobierno únicamente se dedica a las cuestiones administrativas de la ciudad”, completa un defensor de derechos humanos que también solicita el anonimato.
La organización opera con una extensa red de “estacas”, tan eficaz que en el albergue nos advierten: “ellos saben que ustedes están aquí, también saben a qué vinieron”.
Después de varios secuestros de migrantes el albergue optó por instalar dentro de las instalaciones una máquina expendedora de chatarra para que los indocumentados no sean secuestrados cuando salen.
A Pedro N apenas ayer lo liberaron de su secuestro. Lo encontramos de retirada y nos cuenta que durante dos días fue golpeado para que entregara el número de alguien que pudiera pagar su secuestro. Después de 48 horas de golpiza y de no comer le creyeron y fue liberado, con la advertencia de que no vuelva a la ciudad.
Historias como las de Pedro se repiten en la frontera tamaulipeca: en estaciones de camiones, aeropuertos, en las vías del tren. Las agrupaciones criminales piden entre 6 y 7 mil dólares por la liberación de un migrante; en muchos de los casos los secuestrados son asesinados.
Pueblos “mágicos”
CIUDAD MIER.- Aquí no hay Estado mexicano. Los pequeños pueblos fronterizos viven bajo el control de grupos criminales. Son lugares despoblados, asediados y en disputa.
Ciudad Mier es anunciada durante varios kilómetros como “Pueblo Mágico”. Pero la magia la rompen los propios letreros, unos reventados por granadas, otros floreados por las balas.
Hace nueve años, esta ciudad fue arrasada y tomada por una organización criminal. Podría decirse que en 2010 Ciudad Mier dejó de ser México. Hoy es un pueblo fantasma utilizado por el Cártel del Noroeste para traficar drogas y personas a Estados Unidos.
Lo que pasó aquí fue una guerra. El palacio municipal fue utilizado como paredón, en el kiosco del pueblo se colgaron cabezas humanas para aterrorizar a la población. La sanguinaria guerra entre el Cártel del Golfo y los Zetas despobló el lugar. La propia garita de Ciudad Mier tuvo que cerrar. Nueve años después, las calles están desiertas, las casas quemadas, en algunos casos aún amuebladas. El sitio es un pueblo fantasma utilizado para traficar personas, armas y drogas.
El propio presidente municipal de Ciudad Mier, Roberto González, fue secuestrado durante 10 horas, el mismo día en que se preparaba para festejar su triunfo.
Pero la imagen de un Estado sometido quizá sea la de Herby Barrera, regidor del municipio de Miguel Alemán (a 166 kilómetros de Ciudad Mier), quien fue secuestrado en marzo pasado. Días después del secuestro, el hombre apareció en un video, mientras era interrogado por hombres uniformados con cascos y ropa tipo militar. Estaba arrodillado, con los ojos encintados y encadenado del cuello. Desde entonces no se sabe nada de él.
Tamaulipas es el estado más violento de México. Según el registro oficial hay más de 6 mil 500 personas desaparecidas en esta entidad. Esta carretera fronteriza que va de Nuevo Laredo a Reynosa quizá sea el hoyo negro más grande del país. Hace un par de años, organizaciones de víctimas ubicaron en Miguel Alemán una serie de fosas clandestinas donde estiman que podría haber hasta 500 cuerpos humanos. Las organizaciones delictivas utilizan tanquetas, equipo táctico, uniformes militares y cañones calibre 50, capaces de derribar helicópteros o perforar blindajes. En la frontera chica de Tamaulipas, mucha gente refiere que los vehículos circulan rotulados con la “Z” o “C.D.G” (Cártel del Golfo) y más recientemente con “C.D.N” (Cártel del Noroeste).
En junio de este año fue presentada la Guardia Nacional, pero en Tamaulipas las fuerzas de seguridad parece que están en frente de guerra. Esta es la normalidad de esta frontera.
Un defensor de derechos humanos en Reynosa nos asegura que “toda la frontera es controlada por el crimen organizado, nada pasa a Estados Unidos sin que ellos lo sepan”. En ese nada, están los migrantes
A 250 kilómetros de aquí, en el municipio de San Fernando, fueron asesinados 72 migrantes que pretendían llegar a Estados Unidos. Lo que se sabe sobre la masacre ocurrida en 2010 es que los indocumentados viajaban en un camión de pasajeros antes de ser detenidos. Nueve años después Tamaulipas sigue siendo un estado sin garantías.
En marzo de este año 25 migrantes que viajaban en autobuses de pasajeros fueron secuestrados mientras viajaban en la carretera Monterrey – Ciudad Mier, el gobierno mexicano aseguró que no tenía más información sobre el caso. Hasta la fecha se desconoce su paradero.
En Reynosa nos dirá el defensor de derechos humanos, “ellos tienen más vigilada la frontera que la Border Patrol”.
Mercado de migrantes
REYNOSA, TAMAULIPAS.- Los migrantes son moneda de cambio en este punto de la frontera, pero el negocio no es exclusivo del crimen organizado. Taxistas, hoteleros, abogados y policías hacen su abasto con el paso de inmigrantes esta ciudad.
“De alguna u otra manera, legal o ilegalmente alguien se beneficia de la necesidad que tenemos por cruzar”, dice Pedro N, un mexicano de 33 años, recién deportado que hace la cuenta de todo lo que tuvo que gastar en camiones, comida, casa de huéspedes, ropa camuflada para cruzar el desierto, “polleros” y sobornos, todo para concluir: “aquí somos mercancía”.
Aún si uno quiere cruzar legalmente a Estados Unidos tiene que gastar grandes cantidades de dinero en su estancia en México. Frente a las oficinas del Instituto Nacional de Migración filas de migrantes esperan el trámite para tener una entrevista con el gobierno estadounidense. La lista de personas es larga. Varias de estas personas, provenientes principalmente de Cuba y Venezuela, han esperado meses para ser atendidas y juran que las autoridades mexicanas piden 500 dólares por persona para acelerar el proceso.
La cadena de extorsión está en los retenes policiacos, en las centrales de camiones, en los taxis, en los hoteles, los abogados que promueven falsas soluciones, transeúntes que piden extorsión para no entregarlos a una organización criminal, agentes de migración que agilizan trámites y otros que los entregan como mercancías a secuestradores. Esta economía se mueve también en dólares.
Sor Catarina Carmona, de la Casa del Migrante de Reynosa, explica que el blanco más fácil para las organizaciones criminales son las personas que vienen de Centroamérica: “son los más vulnerables, los que menos atención reciben por parte del gobierno y ellos prefieren morir en el intento que morir en sus países”.
Pasar 200 migrantes a través de México -esas son las personas que caben en la caja de un tráiler– puede dejar ganancias por cerca de 1 millón 600 mil dólares. Pero diario llegan a esta frontera varios centenares de migrantes para intentar cruzar la frontera. Las redes de trata obtienen ganancias millonarias, el negocio es tan lucrativo que puede sobre pasar las utilidades obtenidas por el narcotráfico.
Cuando llegan a Tamaulipas los migrantes ya están “enganchados” por las redes de tráfico de personas. Son pocos los que se aventuran a cruzar solos, pues transitar por la ruta de algún grupo criminal puede costar la vida.
El control criminal es tan grande, que cuando no se les pueden sacar dinero por la vía del secuestro, se les explota. Cuando iniciamos este recorrido, en un albergue de Nuevo León entrevistamos a un defensor de derechos humanos que nos contó la historia de unos migrantes que parece salida de un cuento de terror: migrantes secuestrados en Tamaulipas y forzados a trabajar haciendo tacos sudados. En el sótano de una casa una veintena de personas estaba esclavizada. Los migrantes trabajaban sin descanso y de pie, cualquier queja era reprimida con un tablazo. El emporio de tacos creció y surtió cada colonia de la ciudad.
En toda la frontera tamaulipeca abundan historias como la de Melvin N, un hondureño que estaba a la espera de cruzar a Estados Unidos y quería conseguir un poco de dinero para pagar los servicios de un “pollero”. Fue entonces cuando le ofrecieron trabajar para los Zetas; el joven rechazó la oferta y tuvo que huir del estado.
Pero no siempre es así. En otro albergue nos relataron la historia de un joven que sí accedió a trabajar para un cártel y abandonó la idea de cruzar a Estados. Meses después, ya como sicario, regresó al albergue a dar las gracias por el hospedaje, la comida y la ropa que le dieron cuando la necesitaba.
Historias como esa han sido propagadas desde las instancias de gobierno para criminalizar a los migrantes. En 2010, cuando la guerra entre grupos criminales alcanzó su punto más álgido en Tamaulipas, los cadáveres de los sicarios abatidos llamaron la atención de las autoridades por “tener rasgos de sudamericanos”. Sus cuerpos regados, descuartizados y sin identificar engrosaron las fosas comunes de Tamaulipas.
La frontera se diluye
MATAMOROS, TAMAULIPAS.- En esta frontera, nada marca ni el principio ni el fin de México o Estados Unidos. La franja que divide a Estados Unidos de México abarca una extensa línea de 3 mil 185 kilómetros, que va desapareciendo los muros de acero y las vigilancias policiacas.
Es desconcertante llegar a una frontera que parece diluirse en un río sobre el que las aves revolotean y la basura flota en la afluente que desemboca en el mar. En el lado estadounidense se aprecian dunas y una arbolada lejana. El ruido es el del viento del Golfo que peina la arena.
Llegar a este punto es un viaje sin garantías para el que hay que recorrer –aparentemente- en solitario kilométricos parajes. El Delta del Río Bravo se llama Playa Bagdad, el nombre se lo pusieron los veteranos de guerra estadunidenses que visitaban el lugar y a los que les pareció que el paisaje arenoso era parecido al Medio Oriente. Mucho menos conocido es el nombre oficial que el gobierno de Matamoros le puso a la última playa mexicana: “Costa Azul” (en honor al grupo musical que fundó el hijo pródigo de Matamoros e ícono de la música grupera, Rigo Tovar).
El mar del golfo es arenoso y mate, las olas en este punto son bajas. A 100 kilómetros de aquí, en la Laguna Madre del Golfo de México, que pertenece al municipio de San Fernando, las organizaciones criminales aprovechan los infinitos caminos de terracería de la zona o zarpan con lanchas rápidas para el trasiego de personas y drogas a Estados Unidos.
Pero en Bagdad, lo único que se ve es un par de camionetas con hombres que pescan en el Delta del Río Bravo. Antes de venir nos advirtieron que son “estacas” (vigilantes del crimen organizado) que cuidan la frontera.
La soledad que nos acompaña durante más de 15 kilómetros de camino no podría ser más distinta de las imágenes desbordadas que se ven en la frontera del otro lado del país. Aquí no hay rejas, ni policías, ni Border Patrol, ni siquiera Guardia Nacional.
Tampoco hay nada que asemeje a las imágenes atiborradas de la frontera sur, marcada por el Río Suchiate, donde a los migrantes de les encuentra en los semáforos o en las autopistas pidiendo aventón, duermen en los parques, y caminan en las carreteras o en las brechas.
En el río del sur, las señoras cuidan a sus hijos mientras lavan ropa o simplemente descansan en la sombra de los árboles. Los migrantes fuman cigarrillos y toman el fresco de la noche mientras beben cerveza o alguna bebida que ayude a mitigar el cansancio y el calor húmedo. Andan en sandalias, en shorts, piden trabajo, platican y a veces, les da tiempo para el cortejo.
En el río del norte, es como si no existieran. Los pocos que ese ven en algunas ciudades están desencajados, preocupados y cansados. Es muy extraño ver niños migrantes. En las pláticas informales la desconfianza gana terreno, la cautela se ha convertido en herramienta de sobrevivencia después de atravesar México.
En Matamoros prácticamente no se ve a los migrantes por ningún sitio. Aquí se trata de tocar base y correr. Tomarse el tiempo en la central de camiones representa una alta probabilidad de ser secuestrado. El único refugio seguro parecen ser las casas de migrantes. Pero no siempre. A veces hay huéspedes pagados por organizaciones criminales que buscan futuros secuestrables y alertan sobre el movimiento que hay adentro.
El Rio Suchiate es opulento, manso y generoso; el Río Bravo se presenta enérgico y engañoso; la temperatura tiende al frio, a entumir los músculos. El territorio tamaulipeco no es tan benévolo como el de Chiapas, el golpe de calor del desierto es duro, sin sombras ni vigorosos pastos como los del sur. Este desierto no da frutos, da espinas de los mezquites. Una caminata en este clima estéril sólo es posible por las noches.
Si las casas de la ribera del Suchiate tienen una vida vibrante, donde se comercia piratería y una variadísima cantidad de productos entre Guatemala y México; en el norte de este lado del país las viviendas y ranchos están abandonados a causa de la violencia.
En el sur, las mercancías ilegales pasan a la vista de todos. En el norte, pero del otro lado del país, se erigen enormes vallas de acero para evitar que pasen. Aquí no hay vallas (ni gente), las mercancías transitan en la clandestinidad total.
De este lado del norte del país, la ruta más cerca para llegar a Estados Unidos, no hay guardias que lo impidan, pero cruzar por el Río Bravo puede ser una aventura peligrosa para cualquiera. En realidad, nadie lo hace.
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