Familiares de desaparecidos en México: “El país es una gran fosa clandestina”
- El hijo de la hondureña Ana Gricelides puede estar entre los más de 1.500 cuerpos que el estado de Jalisco incineró entre los años 2006 y 2018.
- Mario Vergara, de Guerrero, se ha visto obligado a aprender a exhumar cuerpos ante la pasividad de las autoridades.
María F. Sánchez / Cuarto Poder
A primera vista Ana Gricelides y Mario Vergara no tienen demasiado que ver. Ella es una mujer de clase media de una pequeña ciudad de Honduras y él es un hombre joven del México rural, que lleva un sombrero de pescador, y acaba de cruzar por primera vez el charco. Pero ambos llevan vidas muy parecidas desde que la tragedia llegó a sus vidas y se convirtieron en familiares de desaparecidos en México. Dejaron sus antiguos trabajos y su rutina diaria, y empezaron a buscar día y noche para tratar de despejar los interrogantes que no responden ni la Justicia ni los gobiernos.
Ana Gricelides es de Honduras, país de partida de muchos de los miles de migrantes centroamericanos desaparecidos en la frontera de México con EEUU. Ella y su marido vivían en Choloma (Cortés), en el noroeste del país, junto a su hijo adolescente, a quien trataban de dar todo lo necesario y proteger especialmente ya que su departamento está controlada por las maras y las pandillas. Cuando Óscar había cumplido los 17 años no aguantaba más y quiso salir del país para continuar sus estudios. “Mi hijo entendió que la violencia no era normal, a pesar de todo me agrada esto, porque lamentablemente en mi país se ha normalizado”, rememora esta madre para cuartopoder.es.
Aunque al principio Ana se resignó a que su único hijo se marchara, pronto entendió que no había otra opción. Como no tenían el dinero necesario para pagarle un visado, un trámite prácticamente imposible de costear para muchas familias en Honduras, decidieron recurrir a un coyote –así se conoce a los traficantes de personas–. “Teníamos a un vecino, a un chavito, que creció en EEUU y luego lo deportaron a Honduras. Desde ahí se dedicó a traer gente de Honduras a México. A los 15 días ya estaba de regreso”, explica.
Óscar Antonio López se marchó el 31 de enero del año 2008 de Honduras, pero Ana lo rememora como si se hubiera marchado de casa hace tan solo unos días. El joven llegó a México y de ahí consiguió cruzar, con otro coyote, a Austin (Texas, EEUU), donde un tío suyo le esperaba. La sorpresa llegó cuando el joven llamó a Ana para decirle que estaba en México. Unos nuevos amigos mexicanos le habían convencido de que en este país sería más fácil encontrar trabajo y estaría más cerca de su familia.
La madre comenzó a tener muy pocas noticias de su hijo hasta que el 19 de enero de 2010 recibió una llamada suya. Aunque ella ya intuía que le habían retenido contra su voluntad, sus sospechas se confirmaron cuando él le contó que se encontraba en un lugar que era “como en una isla”. Estas fueron las últimas palabras que escuchó de su hijo.
Pero la pesadilla de Ana apenas acababa de comenzar. En 2015 recibió una llamada de la Fiscalía de Jalisco para comunicarle que habían encontrado a su hijo muerto, pero que su cuerpo había sido incinerado. Su caso no es el único. El Instituto Jaliciense de Ciencias Forenses incineró entre 2006 y 2018 más de 1.500 cuerpos que estaban sin identificar, según comunicaron, por la saturación de sus instalaciones. En México hay aproximadamente unos 26.000 cuerpos sin identificar que se amontonan en las morgues, según cifras oficiales.
Así las autoridades arrebataron a muchas familias con desaparecidos en Jalisco su derecho a conocer la verdad y poder dar sepultura a sus difuntos. “Desaparecieron a los desaparecidos. Si fue mi hijo al que incineraron yo nunca lo voy a saber. Las autoridades son responsables y yo quiero saber la verdad, que haya justicia y no repetición”, cuenta con rabia Ana, quien ha emprendido un proceso legal contra las autoridades jalicienses.
Mario Vergara mira fijamente a los ojos para contar su historia, pero en realidad tiene la mirada perdida en los recuerdos. Su hermano no era migrante, pero también está desaparecido. Fue secuestrado el 5 de julio de 2012 en Huitzuco (Guerrero), como es habitual en México, para pedirle un rescate a la familia. Aunque sus familiares lograron reunir el dinero necesario, la Policía no consideró conveniente pagar el rescate porque la prueba de vida que pidieron a los secuestradores, para asegurarse de que su hermano Tommy estaba vivo, parecía falsa. Los criminales, probablemente de algún grupo delictivo del violento estado de Guerrero, le prometieron a Mario en una conversación telefónica que se arrepentiría de la decisión porque jamás encontraría a su hermano.
En 2014 tuvo lugar la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en Iguala, a solo una hora del pueblo de esta familia. Dos meses después de este caso que adquirió repercusión mundial, Mario dejó su trabajo como repartidor de cerveza y empezó su propia búsqueda, junto al grupo de Los Otros Desaparecidos. Ante la falta de compromiso por parte de las autoridades, se ha visto obligado a aprender a exhumar restos humanos, ahora Los Otros Buscadores. Buscando Vida entre los Muertos
Todavía Mario no ha encontrado a su hermano, pero su colectivo ha logrado desenterrar a 400 cuerpos en Iguala. “No sabíamos el daño que nos iba a hacer encontrar estos restos. Yo había escuchado a los antropólogos decir que los muertos hablaban y no lo creía. Pero es verdad que las expresiones de su cuerpo, de su boca dicen todo lo que sufrieron. Cambió mi manera pensar. Si los muertos hablaban, nos estaban tratando de decir cosas”, reflexiona.
Preguntado por si ha notado cambios en la búsqueda de desaparecidos con el nuevo Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Mario considera que es “pronto para decirlo”. Lo que tiene claro es que la desaparición de su hermano es en primer lugar responsabilidad del Gobierno “quien no ha cumplido con lo que dice en la Constitución” y que “a día de hoy se sigue engañando a los familiares de desaparecidos”. Las cifras oficiales hablan de que existen más de 40.000 desaparecidos, una cifra que podría ser mayor según las propias autoridades y que Mario incluso multiplica.
“México es una gran fosa clandestina, donde quiera que escarbes hay cuerpos”, indica Mario. “El Goberino no ha dimensionado este problema que tiene entre las manos. Se necesita ayuda internacional para poder identificar a tantísimos cuerpos. En 2014 había muchos familiares desaparecidos, pero cuando apareció el caso de los estudiantes de Iguala muchas familias del país empezaron a buscar fosas con mucho éxito Estamos desenterrando lo que el gobierno no quiere desenterrar”, asegura.
*Ana Grimaldos y Mario Vergara han sido entrevistados en Madrid por cuartopoder.es en una visita organizada por colectivos que defienden los derechos de los migrantes: la Caravana Abriendo Fronteras y la Caravana Migrante, un colectivo italiano.