Los costos de la agricultura de exportación en Baja California
Colectivo Grieta, 19 de junio de 2019.
Real del Castillo Nuevo, Valle de Ojos Negros, Baja California.- En los valles del norte de Baja California la aridez va acompañada de un tipo particular de agricultura. Casi ninguna de las legumbres y hojas que salen de esos campos se verá en una mesa en México. El trabajo de miles de jornaleros migrantes, principalmente indígenas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, así como el agua y los nutrientes del suelo abastecen el mercado de exportación hacia los Estados Unidos dejando cuantiosas ganancias a las empresas agroindustriales.
Los campos de cultivo de uno de estos valles, el Valle de Ojos Negros, están ubicado a escasos 40 kilómetros de la ciudad de Ensenada. En este Valle, rodeado de cerros de hasta 1000 metros de altura, bajo un calor sofocante, se cultivan hortalizas. Aquí, un rancho de 50 ó 60 hectáreas se considera “chico”, y los hay de 100 o 150 hectáreas. No son los ranchos más grandes de la región, los ingenieros agrónomos y el conductor que nos guió, así como los pocos trabajadores con los que se animaron a hablar coinciden: en el siguiente valle hacia el sureste, el de La Trinidad, se pueden encontrar ranchos de 500 u 800 hectáreas.
Pero al igual que otras partes del país, el tamaño de las parcelas es un engaño. Hay Sociedades Comerciales Agrícolas que poseen varias parcelas en cada valle e incluso en otros estados. Una de estas sociedades, la agrícola “Las Cabras”, basada en Sinaloa, posee tierras en Sonora, Sinaloa y Baja California. En el testimonio que recabamos se nos contó cómo de esta manera varios ranchos, cada uno de 200 o 300 hectáreas, pueden ser controlados por una misma empresa. Esta es la nueva cara del latifundio mexicano, amparado en la reforma salinista al artículo 27 constitucional, acorde a la acumulación de capital, las sociedades mercantiles agrícolas pueden explotar grandes extensiones de tierra.
La agricultura industrializada de esos valles ilustra al capitalismo en pleno. Miles de jornaleros agrícolas migrantes viven aquí. Unos de forma permanente, otros más, llegan cuando el trabajo se intensifica, en las cosechas de la cebolla, del chile, del jitomate o de las calabacitas. Datos del Ejido de Real de Castillo Nuevo (principal núcleo de población) indican que la población ronda los 3,500 habitantes. Pero en época de cosecha llegan hasta 8 mil jornaleros migrantes a trabajar los campos, unos por su propio pie, otros traídos por enganchadores. Los vimos pasar, atestando camiones de redilas y eso que aún faltan 2 meses para el pico de la producción de esta zona. Fue difícil hablar con ellos, algunos de los ranchos advierten explícitamente “Prohibido el paso a toda persona sin negocio, Bussiness only”. Donde pudimos entrar apenas se detenían a hablar; los ingenieros en cambio, con cierto orgullo técnico, platicaban la naturaleza del proceso de producción. Un dato aparece rápidamente, cuando empieza la cosecha de chiles, el pago es a destajo, 4 pesos por cada bote de chiles que el jornalero llene.
En una plática posterior, un ingeniero explicó que cada bote pesa 60 kilos y dos botes hacen una caja. Un jornalero con conocimiento y fuerza levanta hasta 80 ó 90 botes en un día, por sus manos pasan entonces alrededor de 5 toneladas de chile al día. Como eso sucede en agosto, los jornaleros trabajan bajo un sol ardiente, a temperaturas que alcanzan los 45 ºC. De acuerdo a las cifras del gobierno, el precio de cada tonelada en el mercado de exportación es en promedio de poco más de 1000 dólares, casi 20 mil pesos, aunque puede ser más si la calidad es “premium”. Por cada tonelada levantada, un jornalero recibe 66 pesos. Otro ingeniero platicó que aún sumando los jornales pagados durante la siembra y cuidado de las plantas, el pago a ingenieros, mayordomos y capataces, el gasto que hacen los dueños en salarios difícilmente supera los 500 pesos por tonelada. Esa es la tasa de explotación, 500 pesos en salarios por 20 mil pesos en valor comercial, unos 12 mil de esos pesos corresponden al valor producido por el trabajo agrícola.
En el caso del chile la producción por hectárea es alrededor de 50 toneladas por hectárea, pero nos explican que en otras zonas llega a ser de 60. Así, el valor de la producción en el mercado de exportación es de 50 mil dólares por hectárea, poco menos de un millón de pesos. Claro, que para producir a este nivel de tecnificación los capitalistas gastan mucho en maquinaria e insumos, están atados a ese mercado por varias vías. El precio de una libra de semilla comercial es de entre 2 y 3 mil dólares y alcanza para unas 5 o 6 hectáreas dependiendo de que tan denso se siembren. Pero la dislocación es mayor, esas semillas no germinan aquí, se contrata a otra empresa que germine las semillas y sólo entonces regresan camiones llenos de plántulas que los jornaleros han de sembrar.
Existe un mercado, literalmente subterráneo en el que una empresa puede comprar a ejidatarios pequeños sus derechos de extracción de agua, lo cual les permite bombear desde el subsuelo más millones de litros de agua que alimenten el cultivo en medio del desierto. ¿quién determina cuanta agua se extrae? En última instancia el mercado internacional… las necesidades humanas están en un segundo plano. El riego, junto a una aplicación masiva de fertilizantes e insecticidas hace que el suelo se vuelva más y más salino. Entonces cada rancho compra más agroquímicos, que prometen precipitar la sal para que no afecte tanto a las raíces de las plantas. No cualquiera paga este gasto, la inversión (máquinas, tractores, combustible, fertilizantes, salarios) por hectárea es de 300 a 400 mil pesos por año. Pero de cada hectárea producirá un millón de pesos de valor. Esta es la tasa de ganancia, por eso producir hortalizas en medio del desierto es un buen negocio, si puedes desembolsar ese capital.
Pero nada de esto sucedería sin los jornaleros, sin el trabajo que ponen en cada parcela. Una jornalera, que pasó rápidamente a nuestro lado contó, casi sin detenerse que en otras zonas el pago por bote es incluso más bajo. Por si fuera poco, los trabajadores migrantes deben rentar los cuartos (“cuarterías” les dicen) donde viven, en condiciones de hacinamiento. Las escuelas en Real del Castillo Nuevo son pocas y si apenas dan abasto para la población residente, ni que hablar de los migrantes. Además, esta masa de trabajadores se va moviendo junto a los ciclos agrícolas por el norte de Baja California. En este aspecto la cosa no es mejor para los ingenieros -aunque reciben más paga- “yo trabajo aquí dos meses, en lo que las plantas se establecen, dan flor y el chile empieza a brotar, en ese momento la compañía me mueve a otro campo, que puede ser aquí en Baja California o en Sinaloa. Así vivo, me mudo cada dos meses, a mi familia casi no la veo”. Cuando lleguen a los supermercados estadounidenses los chiles Jalapeños, Serranos o Annaheim, nada de esto se verá, así son las mercancías capitalistas.
Hay ranchos familiares, claro, de hecho estos ranchos fueron mucho más abiertos a ser visitados y entrevistados que los grandes negocios. Pero en la disputa por el terreno de cultivo, por el agua y por la explotación eficiente de los jornaleros, predominan las empresas más grandes, algunas de las cuales tienen sus empacadoras directamente instaladas en el valle. Allí, todo se hace en función de la exportación, la cebolla se clasifica por categorías: jumbo, mediana, chica y chupón, de acuerdo a la demanda del mercado estadounidense. Como casi toda la producción, cruza por Tijuana o Mexicali y nada vuelve de allí. Solo los peores chiles, las calabazas “de rezago”, los jitomates “de la merma”, o las cebollas que no alcanzan el estándar de exportación llegan a venderse en los mercados de las ciudades como Ensenada o Tecate. Mientras tanto, en medio de las grandes plantaciones, encontramos pequeñas casas de gente que en otro tiempo fue ejidataria y se dedicó al campo, pero que ya vendió su tierra a algún rancho más grande. Esta población al igual que el resto del valle, compra verduras que se produjeron en algún otro lado, quizá incluso en China, al otro lado del Pacífico.
Aunque desde arriba se insista en que el problema es la corrupción, el corazón del capitalismo sigue estando en la producción. La prosperidad económica de los agroexportadores se construye de la explotación de los jornaleros, del deterioro sin cesar de la tierra y del agotamiento del agua, ya de por sí escasa, en medio de un desierto. Dilapidación pues de las fuentes fundamentales de la riqueza: el trabajo y la tierra. Por eso el CNI y los zapatistas dicen que la lucha es por la vida.