Devastación, dolor y muerte: 4 años, y ni Larrea ni el Gobierno de EPN dan la cara en Río Sonora
Linaloe R. Flores/ Sin Embargo
Es la presente tragedia. La que crece cuando el río crece. Opaca y eterna, ha perdido la atención de los Gobiernos, pero lleva cuatro años matando. Los pueblos en la ruta del Río Sonora se erigen en su orgullo después de que el 6 de agosto de 2014, la mina Buenavista del Cobre, subsidiaria de Grupo México, derramó en el afluente 40 mil metros cúbicos (o 40 millones de litros) de solución de Sulfato de Cobre Acidulado (CuSo4) debido a la ruptura en uno de sus represos.
En este pedazo de sierra del norte de México, muy cerca de la frontera con Estados Unidos, ya no hay agua, salud o esperanza. El incontrolable paso del contaminante se llevó la vida de unas 23 mil personas en siete municipios. Y el río, con su color anaranjado, parece decir que la pesadilla no se ha terminado. Cuesta verlo de frente. Avanza plomizo con costras cristalinas, como si guardara en su alma la memoria de haber sido herido.
El Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto calificó el hecho como “el peor desastre ecológico en la Historia de México”; pero para octubre de 2014 levantó la contingencia. Desde entonces, la culpa se fue encajando en esta sierra norteña; pero los muchos culpables huyeron. Hoy, los de aquí están solos, como lo estuvieron antes. La ayuda no llegó. El Fideicomiso –dos mil millones de pesos– desapareció y la clínica planeada para aliviar las dolencias médicas por el derrame, se quedó en obra negra. La vida pasa y el dueño de Grupo México, el empresario Germán Larrea Mota Velasco continúa en su estilo de enigmas y aquí, sobre el desastre, nadie lo ha visto.
OCTAVA ENTREGA DE UNA SERIE
Ciudad de México, 23 de julio (SinEmbargo).– En este pedazo del norte de México, se encajó la culpa, pero todos los culpables han huido. Aquí, en las más de 10 mil millas cuadradas de cuenca, no hay nadie que responda por qué el 6 de agosto de 2014 ocurrió lo que iba a borrar para siempre a los centenarios pueblos unidos por los ríos Sonora y Bacanuchi.
Pudo ser de madrugada o por la mañana. La hora, con el paso de los años, se ha difuminado en los recuerdos. Pero la mina Buenavista del Cobre, subsidiaria de Grupo México, vomitó en el afluente 40 mil metros cúbicos (o 40 millones de litros) de solución de sulfato de cobre acidulado (CuSo4). En las comunidades de los municipios de Arizpe, Banámichi, Huépac, Aconchi, San Felipe, Baviácora, Ures y hasta Hermosillo, la capital del estado, todos –unas 23 mil personas– fueron afectadas por el contaminante.
¿Qué le pasó a cada quien? ¿Cómo saberlo si la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), con el alegato de que eran datos personales, clasificó como “confidencial” el censo de los padecimientos en las pieles? ¿Quién va a investigar aquí algo si el Presidente Enrique Peña Nieto se dio por satisfecho en la remediación de las aguas ordenada al Grupo México? ¿A quién reclamarle si el dueño de la mina, Germán Feliciano Larrea Mota, es el segundo hombre más rico de México y detesta aparecer en público? ¿A quién invocar si Napoleón Gómez Urrutia, dirigente nacional del sindicato minero estaba entonces en el exilio acusado de desvío de dinero?
Mientras, la tragedia lleva su crecida, como el mismo río. Los días, los meses y los años pasan sin que llegue el alivio. Hasta ahora, no hay reporte oficial sobre el plomo en la sangre. No lo hay sobre lo que le ocurrió a la flora y la fauna. No hay estudios de la probabilidad de que varios tipos de cánceres aparezcan, se desarrollen y se impongan sin piedad.
El estudio más certero, hasta ahora, es el que realizaron los institutos de Geología y Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y cuyo contenido pudo conocerse una vez que la Organización No Gubernamental Poder triunfó en una batalla jurídica para que fuera desclasificado por el Gobierno mexicano. En ese documento quedó plasmado que la minera contaminó a todos los animales, mató cientos de árboles y aumentó el nivel de plomo en la sangre en los niños.
A las 2 de la tarde de un día de mayo, las polvaredas envuelven la casa sostenida con cuatro troncos. Don Luis Córdoba intenta no excluir ninguna herida en esta su plática a la sombra de un huizache. Menciona las ampollas en las ingles. La pus en cada una. Las siembra de ajo y chile chiltepín perdidas. La maldita necesidad de tirar la leche de las vacas a las que hay que ordeñar todos los días para que no se enfermen. La desconfianza en el agua. La sequía. La pesadilla de la sed. El robo del dinero del Fideicomiso que el Gobierno federal le ordenó al Grupo México, operador de la mina. El hambre de aquellos días. El hambre de ahora. La ausencia de la clínica médica que ordenó el Gobierno y que, camino abajo, sólo es un caserón en obra negra. La muerte de la esperanza.
En esta tierra del norte de México, casi en la frontera con Estados Unidos, el corrido es la crónica más fiable de lo que pasa. Se oye en las carreteras o los extensos patios. En esos versos se ha contado cómo Jesús García Corona salvó a un pueblo el 7 de noviembre de 1907 al conducir la máquina 501 y ponerla fuera de Nacozari o cómo Joaquín Murrieta se convirtió en el Robin Hood de El Dorado, en 1850. Siempre, sin perder el aliento, así se ha exigido justicia.
Pero la música y las letras no han sido suficientes para aminorar la presente tragedia que refleja, más que orgullo por el pasado, la angustia por el futuro.
Para contar el gran derrame del Río Sonora, el mayor desastre ecológico de la Historia moderna de México, según calificó el Gobierno federal, don Luis Córdoba se pone de pie y entona:
“Bacanuchi, tan famoso, eres noticia mundial,
la impureza de tus aguas, causan desastre ambiental.
En las regiones mineras hay un peligro latente,
del norte sueltan represos pá arruinar a mucha gente.
Bacanuchi, 6 de agosto, la fecha quedó anotada,
las cosechas y comercios pasaron a valer nada.
En la danza del dinero, hay pensamiento mediocre,
al rico lo hacen más rico y al pobre lo dejan pobre.
Dos mil millones de pesos, monto del fideicomiso,
inventan puras mentiras pá evadir el compromiso”.
EL APOCALIPSIS
Amanece el 6 de agosto de 2014. En Banámichi, a 140 kilómetros aguas debajo de Cananea y a unos 180 kilómetros aguas arriba de Hermosillo, el río viene envenenado. Un tanque de almacenamiento de residuos químicos de la Mina Buenavista del Cobre, instalada en Cananea, le acaba de derramar parte de su contenido.
Don Enrique Chacón Contreras lo nota. “Es un agua amarilla, plomaza, en muy mal estado. Agua amarga. De a tiro”, piensa este agricultor que cuidó en su niñez a Guillermo Padrés, el Gobernador que después caerá en desgracia por desvío de dinero y será encarcelado. Y así lo piensan otros. El río que viene no es el río de antes, de los otros días. Muestra una superficie irregular, revuelta y mate. Sembrada de costras. Cuesta ver al río de frente. Está ardiendo. Como si guardara en su alma la memoria de haber sido humillado.
Y por eso, los que se atreven a verlo, le avisan a los presidentes municipales de Banámichi y Arizpe. Ellos, junto con los otros cinco alcaldes de los municipios de la ruta del Río Sonora, serán de los beneficiarios principales del Fideicomiso que constituirán el Grupo México y la Cofepris. Pero aún falta algo de tiempo para que ello ocurra. Ahora mismo el agua sigue corriendo con su amargura.
Aún faltan horas para que la empresa responsable notifique a la autoridad federal vía telefónica sobre el incidente y tres días para que la Comisión Nacional del Agua restrinja el uso del líquido del río. Falta aún para que esta sierra de México llame la atención del mundo.
Porque hasta ahora no destaca bajo ninguna mirada. La pobreza y el olvido han estado encajados aquí desde hace mucho. En 2013, cuando el Gobierno de Enrique Peña Nieto lanzó la Cruzada Nacional contra el Hambre, la miseria recorría impune la ruta del Río. Los porcentajes del Consejo Nacional de Evaluación de Políticas Públicas (Coneval) representaban casi a la mitad de los pobladores en esa situación.
Era pobre el 41.4 por ciento de Aconchi, 49.8 de Arizpe, 40.7 de Bacoachi, 40.1 de Baviácora, 39.6 de Cananea, 25.4 de Hermosillo, 26.7 de Huépac, 41.5 por ciento de Ures, 41.3 de Banámichi y 35.6 de San Felipe de Jesús. Pero ni por eso, estos municipios fueron incluidos para recibir ayuda del programa estelar del Gobierno de Enrique Peña Nieto para aliviar la crisis alimentaria.
Es 13 de agosto de 2014 y el Gobierno del estado informa que los metales detectados en el agua del Río Sonora son Aluminio, Arsénico, Cadmio, Cobre, Fierro, Manganeso, Níquel y Mercurio. Todos pueden aminorar la salud. Un día después, con impulso descomunal, el agua contaminada alcanza a la presa El Molinito. El 20 de agosto, la economía tambalea. Los productores están obligados a tirar la leche extraída de las vacas y buena parte del Sindicato Minero sección 65 de Cananea, bloquea la entrada a la mina Buenavista del Cobre.
En este punto de la historia es donde a Don Luis Córdova, agricultor de chile chiltepín y compositor de corridos, le cambia la vida. No vende nada del chiltepín y mejor, empieza a armar una canción dolorida. Después, a la vera de la carretera, contará decenas de veces a periodistas, activistas y hasta autoridades: “Comercios, restaurantes, llanteras, panaderías, fábricas de queso y las milpas quedaron en cero. El chiltepín también la llevó. La gente erróneamente, o equivocadamente que es lo mismo, pasó a creer que el chiltepín estaba dañado. Pero no. El chiltepín, no. Porque el chiltepín es originario de las montañas, a 30 kilómetros del río. Nada tiene que ver con el río. Pero eso nadie lo sabe. Todos creen que el chiltepín también salió con daño”.
El 26 de agosto, Juan José Guerra Abud declara que la contaminación causada por el derrame de tóxicos en Sonora es el peor desastre ecológico en México en los tiempos modernos.
El 8 de septiembre, el entonces Gobernador de Sonora, Guillermo Padrés, pide la destitución de los titulares de la Profepa, Semarnat y Conagua por su irresponsabilidad y falta de ética al juzgar que una presa en el predio de su familia contribuía con el desastre.
El 11 de septiembre, el Gobierno federal y Grupo México crean un fideicomiso de dos mil millones de pesos.
II
DE POR QUÉ QUISIMOS HACERNOS INVISIBLES
Aquí lo único cierto son estos 45 grados Celsius con sensación térmica de 50. Aunque ni la Cofepris, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) o el mismo Gobierno local lo reconozcan, la herida desembocó y su parte última se encuentra en Hermosillo, la capital de Sonora. A la ciudad, un polo de desarrollo, no la incluyeron en ninguna lista de damnificados ni de daños por el derrame del Río Sonora. Pero el afluente llega hasta aquí, al ejido El Molino de Camou, en la zona rural.
Adentrarse en este camino es como ingresar a la zona de los anonimatos. Todos tienen algo que decir, pero nadie quiere dar su nombre. Los testimonios brotan. En todos hay daño. En unos, la piel quedó manchada; en otros, se ampolló. En los más graves, afectó la movilidad de los huesos. “Nos han entrevistado mucho, han venido hasta del otro lado [de Estados Unidos], y ya más vale no exponerse”, dice alguien mientras que quienes lo escuchan asientan debajo de los sombreros de palma.
Los huizaches y los árboles de palo verde le dan un sabor dulzón al viento que aunque es de noche, se ha vuelto una brasa. El desierto se despliega apenas a unos kilómetros. El aire es seco como una lija y nunca alcanza del todo para llenar los pulmones. “Ahora –dice alguien más– el pueblo está dividido. Nos atacamos unos y otros. Todo fue culpa del dinero del fideicomiso, de los que recibieron mucho y los que no recibimos nada. Pero todo, todo, fue culpa de ese mentado fideicomiso”.
La joven que en los primeros meses del derrame apareció retratada y su imagen fue conocida a nivel internacional, hoy no quiere decir nada. Muestra que aún no ha encontrado alivio para esa erupción cutánea que le cubrió el cuerpo. Luego dice con firmeza que su vida y la de sus hijos debe continuar. Vive a 25 kilómetros de Hermosillo, donde trabaja, y a 50 metros del cauce de la presa Rodolfo Félix Valdés “El Molinito”, una de las principales proveedoras de agua.
Es Hermosillo y su zona rural donde por generaciones se acostumbró tomar agua de los pozos, bañarse en el río y vivir de la siembra. Ya no pasa nada de eso. Alguien suelta: “Aquí traemos el daño como los traen otros. Pero como somos de Hermosillo, nadie nos vio. Así fue que perdimos. Mire, perdimos las parcelas y nuestros cultivos. Y como el agua va y viene, siempre quieren que perdamos todo otra vez. ¿Cómo se puede salir de esto? ¿Si ni siquiera lo hacen a uno en el mundo?”.
Si aquí hay anonimato, más adelante, en algunos parajes de Ures y Aconchi, ya no hay nada. Los caminos y las casas están solas. Dice alguien que de repente, en estos pueblos del río, se acabó la vida. Sus palabras son: “Nunca faltaba quién se iba. Pero ahora son pocos los que necesitamos quedarnos. Porque no hay agua limpia y nadie compra la siembra. Nos mataron aquí mismo, viera”.
La Unión Ganadera Regional de Sonora calcula que el año del derrame, entre cuatro y cinco mil reses tuvieron contacto con el agua de los ríos Sonora y Bacanuchi. En ese momento se dio la instrucción de retirar el ganado del afluente, suspender la ordeña y evitar el consumo de carne. El tiempo está detenido. Tan sólo en el municipio de Ures, donde se concentra la producción de leche de los pueblos del Río, las pérdidas se calculan en siete millones de pesos, cada año después del derrame.
Los quesos que se envían de ese municipio a Hermosillo y Nogales son devueltos. Fuera del estado, no los quieren. Algo similar ocurre con la cosecha de cacahuate, ajo y alfalfa. “Lo peor –dice esta voz profunda del anonimato- es que ya no tenemos un solo acuerdo para salir adelante y superar todo este mal sueño. Estamos divididos. Y los de allá le temen a los de acá”.
Doctora en Ecología por la Universidad Autónoma de Baja California, investigadora del desastre desde que se originó, Reyna Castro Longoria define así el corazón de los pueblos del Río Sonora: “Se quebró la a estabilidad social. La parte interna, esa que no vemos, es la consecuencia social del abandono en que se les ha dejado. No se les ha dado seguimiento oficialmente. No hay respuestas a todo lo que les está pasando”.
III
EL FIDEICOMISO O NOS HAN REMENDADO LA VIDA
En el ejido de Tahuichopa, a tres kilómetros de Arizpe, hay 67 viviendas y 120 habitantes. Cada casa tiene un tinaco. Cada uno es nuevo, apenas con cuatro años de edad. Son los mismos que cumple la tragedia.
El Gobierno federal los ordenó como parte del plan para remediar los daños del derrame, mediante un fideicomiso pactado con el Grupo México.
Para monitorear la entrega del dinero del fideicomiso, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales Semarnat creó un sitio web a través del cual, informó sobre los pagos a los afectados y el monitoreo del agua; pero en junio de 2015 ya no fue alimentado. Hoy, los reportes que ahí cuelgan, son una colección de fotos de los tinacos en base de herrería. Se indica como conteo final que fueron nueve mil 871.
Por lo menos en Tahuichopa, el ollín los ha cubierto como si quisiera demostrar que la contaminación causada por el metal es más fuerte que cualquier intención.
Pero a la añoranza de María de Jesús Laborín, de unos 70 años de edad, no la borra nada. “Cuando era niña, el agua era muy diferente. El río era para todo. De él traíamos agua. Y entonces, se fue todo para abajo. Aunque éramos muy pobres, éramos muy felices”.
En Tahuichopa hay sólo 67 casas, pero todas tienen un tinaco nuevo.
***
En México, en este momento, hay 337 fideicomisos. Los rige la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito y los protegen dos secretos: el bancario y el fiduciario. Así, operan sin vigilancia y fuera del marco de la rendición de cuentas. No hay quien vigile su cumplimiento. El origen etimológico del término –la buena fe- los determina.
En mayo pasado, la organización Fundar Centro de Análisis tituló un estudio como “Fideicomisos en México. El arte de desaparecer dinero público”. En el documento, una gran radiografía del dinero depositado bajo esta forma, se lee: “Pese a los importantes avances en materia de transparencia presupuestaria, la figura del fideicomiso aún permite ejercicios discrecionales, opacos y mínima rendición de cuentas de los recursos públicos”.
Eso le ocurrió a la ayuda destinada a los pueblos del Río Sonora. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales impuso como sanción a las empresas mineras responsables –Buenavista del Cobre y Operadoras de Minas e Instalaciones Mineras– la creación de un fideicomiso, con el fin de remediar los daños por el derrame del 6 de agosto de 2014.
El 15 de septiembre empezó a funcionar, pero para febrero de 2017 se había extinguido sin ninguna explicación. El destino del dinero –dos mil millones de pesos– es todavía un misterio. Pero todos los testimonios en la ruta del Río Sonora apuntan al dispendio. Unos recibieron mucho –cheques de 100 mil pesos en una sola exhibición– y otros nada.
Fundar, con base en la información de la página del Fideicomiso y algunas solicitudes de información, encontró que la mayor parte del patrimonio se ejerció durante 2014 –de septiembre a diciembre– y se benefició a 18 mil 631 personas. Para 2015, sólo fueron 215. En 2016, sólo nueve.
Entre quienes no recibieron nada se encuentra don Enrique Chacón Contreras quien espera en la carretera que alguien lo lleve a Bacanuchi, esa comunidad rural del municipio de Arizpe donde nace el río. Él vive en el primer pueblo a donde llegó la contaminación. Aquí, en su patio, hablará más tarde con generosidad.
–¿Qué recuerda don Enrique?
–Recalaron dos o tres instituciones como Conagua y Derechos Humanos, pero francamente le voy a decir … No fueron capaces de ayudar a nadie. Venían junto con las gentes del Grupo México. Oyimos decir que habían aportado dos mil millones de pesos. De hecho, hicieron las cosas mal. Aquí era el primer pueblito que llegó la contaminación. Aquí, en la toma de agua hay un comité y tenían que haberlo entrevistado para que supieran quién tenía toma de agua y quién no. En el sector agrícola hay un comité con presidente ejidal, secretario y tesorero. Tenían que haber llegado a ver quién tenía parcela para darle el apoyo. Yo soy uno de los ejidatarios que no tocó ningún cinco de nada.
–¿Por qué don Enrique?
–Es como le estoy diciendo. Hicieron las cosas mal, tan mal. Yo aparecí en la lista. Aparecí en el sistema por el hecho de las muletas (es un hombre con una lastimadura y usa muletas). En todo aparecía. Menos en el morral del cheque. Me hicieron pedir dinero para ir. Después tuve que venir a pedir trabajo para pagar lo que pedí y recibir ese apoyo, el cual no se hizo. ¿Quién se lo robó? ¿Quién se lo robó?
–Y el del morral del dinero, ¿qué razón le dio?
–Ándele. Yo le dije, usted ya recogió el dinero. Pero, ¿por qué? Si usted me habló ayer que fuera a recogerlo a Hermosillo. Pero, ¿por qué? Pues aquí aparece que ya lo recogiste – me dijo. No. ¿De qué manera hizo la lista usted para hablarme? ¿No lo hizo basado en el cheque para echarlo en el morral? ¿Quién metió la mano en el morral si no usted?
IV
LA CLÍNICA
Un caballo pasta en el patio. Está cómodo. A su lado se despliega una obra negra sin señales de albañilería. Está abandonada. Es el edificio donde, con los recursos del Fideicomiso Río Sonora, se instalaría la Unidad de Vigilancia Epidemiológica y Ambiental de Sonora (UVEAS), a cargo de la Dirección General de Epidemiología, el Instituto Mexicano del Seguro Social y la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris). Para su edificación fueron destinados 279 millones de pesos, de los cuales, seis millones de pesos serían para su operación. Ello ocurrió en septiembre de 2015.
La obra es negra a la vista y el pasto ha crecido. Pareciera que todo lo que iba a estar aquí fue un sueño.
La clínica existe pero en una casa.
Joel López Villagómez, director de la UVEAS, brinda una entrevista telefónica. Aquel día en que los reporteros visitaron la unidad médica no se encontraba ahí. Habla que hasta abril de este año, se realizaron dos mil 600 consultas y se han tomado mil 280 muestras sanguíneas que arrojaron niveles normales de plomo en la sangre. También entrega una lista de los medicamentos más prescritos. Esta es: Miconazol crema, Itraconazol, Omeprazol, Ranitidina, Clorfenamina, Cetirizina, Corticoides, Clindamicina gel, tratamiento para la hipertensión arterial, diabetes y disilpidemia, Ivermectina y multivitamínicos. Casi todo es para untarse en la piel.
¿Cuándo se inaugurará la verdadera UVEAS? “No tengo yo esa información. Las instalaciones están suficientemente cómodas y espaciosas para que la gente pueda estar bien atendida”, responde López Villagómez quien sostiene que el personal médico ve a todas las personas que solicitan consulta aun cuando no se encuentren en el padrón de afectados.
El padrón lo integran 381 personas, de las cuales, 102 son menores de 18 años. Las especialidades de la UVEAS son medicina interna, epidemiología y dermatología. No hay oncología
Pero el estudio “Calidad de los recursos hídricos en el contexto de la actividad económica y patrones de Salud en Sonora, México”, publicado en la revista Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús, expone que en el Río Sonora se halló una concentración relativa de la ocurrencia de defunciones en cáncer por tumor maligno de los bronquios y del pulmón, tumor maligno del estómago y tumor maligno del colon”.
De acuerdo con ese estudio, las muertes por cáncer se concentran en la región del Río Sonora, lo que podría tener una relación directa con la exposición a elementos contaminantes como el arsénico, que es utilizado de manera frecuente por la industria minera.
El derrame convirtió a Martha Patricia Velarde Ortega en activista y luchadora social. Ella misma es una de las afectadas de lo que corrió en el río.
“A mí me afectó el sistema endócrino. Tengo problemas asociados a una enfermedad crónico degenerativa que con anterioridad a esto, yo no tenía. He tenido diversos metales en la sangre. Es raro que ellos aseguran que los metales ya no están. Con “ellos” me refiero a la UVEAS que es donde se ordena que se hagan los estudios. De dos años a la fecha, los exámenes los están haciendo con el fin de utilizarlos en contra de los habitantes del Río Sonora. ¿Por qué afirmo esto? Porque es conocido de todo mundo que hay bioacumulación de metales que su circulación en la sangre dura sólo 48 horas cuando uno tiene exposición aguda. El resto sigue circulando al pasar por el hígado y el riñón. Se deposita y se bioacumula cuando uno sigue en contacto con estos metales. Ya no digamos con el agua que tomamos, pero también con la que nos bañamos”, detalla.
Es verdad que don Luis Córdova –cantante y escritor de corridos– dice que a la esperanza la mataron. Pero la enfermedad del Río Sonora está ahí, con su afluente imparable de muchos colores extraños y la historia parece no haber terminado. En abril pasado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) atrajo una demanda que plantea que el fideicomiso Río Sonora podría ser cuestionado mediante un juicio de amparo dado el interés público. Y también aceptó otra demanda para definir si, de cara a la salvaguarda del Derecho a un medio ambiente sano, se puede reconocer interés legítimo de los habitantes de la ruta del río para cuestionar actos generados en una localidad que puedan repercutir en otra, sea por la afluencia o por la conexión de cuerpos de agua.
V
EL ÚLTIMO FANTASMA EN LOS PUEBLOS DEL RÍO SONORA
Germán Feliciano Larrea Mota Velasco es el millonario mexicano más misterioso y opaco. Google arroja millones de vínculos asociados con su nombre, pero sólo una foto un poco más reveladora. En la imagen aparece un hombre con el Presidente Enrique Peña Nieto que podría ser él. Esa gráfica dice que anda en sus 60 años de edad, tiene la nariz gruesa y un abundante cabello rubio. Los datos de la fotografía indican que fue tomada durante una reunión del Consejo Consultivo del Grupo Financiero Banamex, en septiembre de 2014, un mes después del derrame.
Antonio Navarrete, de la sección 65 del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares de la República Mexicana, no se atreve a asegurar que el de la foto es Germán Larrea. Porque la pregunta aquí, al lado del Río Sonora, late: ¿En dónde está? “Nosotros lo hemos buscado por cielo mar y tierra. Hemos tocado puertas donde nos dicen que vive, pero hasta ahorita nunca nos han abierto. Nadie sabe en dónde él habita, en dónde duerme. Se dice que compró un castillo en Italia y que desde allá dirige y recibe los miles de millones de dólares que salen de la mina de Cananea”.
En 1995, Germán Larrea recibió la dirección de Grupo México de su padre, Jorge. Dos décadas sirvieron para convertir al brazo minero en el tercer mayor productor de cobre del mundo y a las operadoras Ferromex y Ferrosur en unas de las empresas de ferrocarriles más importantes del mundo. Todo, en medio de litigios. También de mucha paciencia.
Porque el Cobre es una apuesta a largo plazo. El precio nunca es fijo. Depende de la oferta y la demanda en el mercado global. Una vez que una mina empieza operaciones, cada segundo cuenta. Hay que hacer previsiones para que cuadre la contabilidad. Hay que hacer miles de explosiones y mover toneladas del terreno. Trazar caminos. Desviar ríos.
Es el mineral rojo y no se ve. Se esconde entre otros minerales como la pirita, cuprita o azurita porque viene con ellos. Está disperso. Como si alguien lo hubiera espolvoreado entre la cuenca y el desierto. Para extraerlo hay que realizar varios procesos industriales en los que se eliminan las impurezas.
Sonora es el mayor estado productor de Cobre en México con 85.6 por ciento. Buenavista del Cobre y La Caridad son las minas estrella. En 2016, Buenavista del Cobre se convirtió en la séptima más grande del mundo, de acuerdo con datos de Wood Mackenzie. La clasificación fue así: La Escondida (Chile), PT Freeport Indonesia (Indonesia), Cerro Verde (Perú), Morenci (Estados Unidos), Collahuasi (Chile) y El Teniente (Chile).
En esta tierra del norte de México, casi en la frontera con Estados Unidos, el corrido es la crónica más fiable de lo que pasa. “Me aprehendieron los gendarmes al estilo americano”, dice La Cárcel de Cananea que evoca la huelga de los trabajadores mexicanos de la mina , en 1906. La policía de Arizona invadió la ciudad. Hubo decenas de muertos. Las autoridades en México no hicieron nada para detener aquel ataque tan sangriento que dejó bajo la luz del día decenas de muertos.
Desde entonces, más que pueblo, Cananea es un símbolo. Treinta años después de la huelga, se formó el Sindicato Mártires de 1906 que luego pasaría a constituirse en las secciones irreverentes del SNTMMSRM.
En un proceso que se inició en 1972 y concluyó en 1982, durante los Gobiernos de José López Portillo y Miguel de la Madrid Hurtado, la mina de cobre de Cananea fue nacionalizada. Pero siete años después, México vivió una etapa en la que el “impulso privatizador” dominó las políticas. Carlos Salinas de Gortari, quien fue Presidente de 1989 a 1994, inició la venta de empresas del Estado en cascada.
El 24 de agosto de 1990, la mina de Cananea quedó bajo la operación de Industrial Minera México, de Germán Larrea. Valía dos mil millones de dólares. El empresario sólo pagó 475 millones de dólares; es decir, menos de la cuarta parte. Pagó la mitad de lo que su competidora, Protexa, había ofrecido, según datos oficiales. Esta mina perdida entre el polvo del norte de México un día iba a proporcionarle más de un millón de toneladas de cobre. Después se le vería agotada, con derrames de tóxicos. Se volvería célebre, pero no para bien. En cambio, su heredero brillaría en las listas de multimillonarios de Forbes y Bloomberg.
En 2016, Germán Larrea Mota-Velasco se distinguió en la lista de Forbes porque sumó cuatro mil 800 millones de dólares a su fortuna, más que ningún otro hombre en México. No era, propiamente, un año bueno. Carlos Slim descendió como el hombre más rico del mundo porque su consorcio registró pérdidas. Lo mismo le ocurrió a Emilio Azcárraga Jean con Televisa. La clave, para Larrea, la dieron sus minas de cobre que alcanzaron una producción récord de más de un millón de toneladas, 16 por ciento más que en 2015. Ese año, los precios de los metales tuvieron un repunte por la expectativa de un mayor gasto en infraestructura en Estados Unidos tras el triunfo de Donald Trump.
Desde entonces, la mina abierta Buenavista del Cobre recibe inyecciones de capital de cuatro mil 200 millones de dólares por lo que en menos de dos años se convertirá en la segunda productora de mineral rojo más grande del mundo. De esta forma Cananea brillará con mayor intensidad en el firmamento minero global.
¿Pero dónde está su dueño? ¿Por qué no aparece sobre esta riqueza? ¿Y por qué no aparece sobre el desastre?
Una de las pocas luces que hay sobre Larrea Mota Velasco la brindó Valentín Díez Morodo en 2009, para la revista Expansión en un perfil titulado “Germán Larrea, por Valentín Díez Morodo”. El entonces presidente del Consejo Empresarial Mexicano de Comercio Exterior, Inversión y Tecnología (COMCE), escribió: “El camino seguido por Germán Larrea en el ámbito de los negocios no ha sido fácil, los problemas propios de todo negocio han surgido con frecuencia y él los ha enfrentado con valentía, trabajo, esfuerzo y dedicación”.
El claroscuro se encuentra en el libro “El colapso de la dignidad”, que salió a la venta a inicios de 2014, bajo la firma de Napoleón Gómez Urrutia, dirigente del sindicato minero. Lo describe como malhumorado, egocéntrico y sin escrúpulos. Dice que es alto, regordete, de piel blanquísima que tiene debilidad por el vino Chateau Haut-Brion que sólo toma si está a la temperatura perfecta.
Otra luz la dio él mismo. El pasado 29 de mayo, en el periodo electoral en el que triunfó Andrés Manuel López Obrador, postulado por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el empresario envió una carta a los empleados, colaboradores y accionistas del Grupo México. “Salgamos a votar libremente a votar con inteligencia y no con el enojo que hoy todos compartimos. Nuestro país requiere de un voto razonado, inteligente y a conciencia, del México que queremos para nuestras familias y nuestros hijos”.
AMLO le respondió y con ello, añadió otra luz a ese perfil suyo tan difuso. Durante un mitin en Poza Rica, expresó: “Yo entiendo que Germán Larrea no quiera el cambio porque a él le ha ido muy bien. Antes de Salinas no aparecía en la lista de los hombres más ricos del mundo, empieza a aparecer a partir de que Salinas de Gortari le concesionó, le remató la mina histórica de Cananea, en Sonora. Se hizo una evaluación en ese entonces y esa mina, que estaba en manos de la Nación, que era empresa pública, costaba dos mil millones de dólares. Y Salinas se la entregó en 400 millones de dólares. Así empezó a aparecer Germán Larrea entre los hombres más ricos del mundo”.
Pero esa riqueza, en la ruta del Río Sonora, no es nada. Aquí, los mineros no cumplen con el estereotipo de ser duros y silenciosos. Un mediodía a las afueras de las instalaciones del sindicato, son generosos en sus relatos. El 30 de julio de 2007 iniciaron una huelga. El argumento fue que la empresa violó el Contrato Colectivo del Trabajo y porque se negó a remediar las condiciones de inseguridad en la mina. Parecía un presagio. El minero huelguista Antonio Navarrete sostiene que desde entonces, advirtieron que las condiciones de ciertas máquinas podrían generar un accidente.
Una década después, en el portal del sindicato, en Cananea, ningún minero muestra nostalgia por aquellos tiempos, cuando el producto de su trabajo hizo que la mina llegara a cifras récord. Muchos de ellos ganaron el mínimo y se alimentaron con “lonches” de frijoles y tortillas. Soñaban con sus días de descanso. Escapar, bajar, respirar. Sobrevivieron.
El día que suspendieron las labores, Grupo México declaró que los movimientos eran ilegales. La Junta Federal de Conciliación y Arbitraje le dio la razón una semana después, el 7 de agosto, por falta de sustento. Sin embargo, los huelguistas obtuvieron un amparo definitivo el 13 de diciembre de ese año (expediente RT 2381/2007). El 11 de enero de 2008, la STPS informó que la JFCA declaró que la huelga era inexistente porque no había sido anunciada en tiempo y forma. Los mineros de Cananea fueron desalojados por la Policía Federal. Diez días más tarde, los trabajadores consiguieron un amparo.
De esos tiempos, los huelguistas compusieron un corrido que cantan con frecuencia durante las prolongadas guaridas nocturnas:
“Llegaron varios camiones repletos de uniformados.
Pero ellos nunca pensaron el cuatro que habían formado.
Eran más de mil mineros y ahí los dos se enfrentaron”.
Es que aquí, el corrido es la crónica más fiable de lo que pasa; pero hasta ahora no ha servido para traer un poco de justicia por el derrame del 6 de agosto de 2014.