Juchitán: 8.2 grados, herida abierta (Oaxaca)

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Citlalli Luciana,

JUCHITÁN, Oaxaca,-Prima Ema Blas se acerca con cautela a la reja. Desde una distancia considerable ofrece un trémulo saludo. A la devastación que dejó el sismo del 7 de septiembre de 2017 y la zozobra por las réplicas permanentes, se sumó el incontenible pánico por el incremento de delitos en el municipio.


Juchitán resurge de las cenizas, con y a pesar del dolor la vida late con fuerza.

Presa del temor, la mujer no se arriesga. Pregunta a distancia y su voz se dispersa hacia los terrenos en donde parecieran que, de un solo tajo, se arrancaron las casas de la tierra dejando expuesta la raíz. Ema y su esposo, José Avenamar López, quienes rebasan los 70 años de edad, fueron los únicos que resistieron el éxodo de habitantes del callejón ramificado a la 5 de Septiembre en el centro de Juchitán.

A Ema Blas NOTICIAS la visitó una semana después del sismo. Con el techo de su hogar desplomado, ella y su familia vivían bajo la galera de un lava autos flanqueados a la derecha por una casa de dos plantas que había perdido el frente y, a la izquierda, por un inmueble estrellado en sus paredes. A lo largo de la calle se extendían cintas amarillas con la leyenda “precaución”, así pintaban la zona de desastre.

La mujer aprieta los ojos para evitar que los recuerdos estallen en llanto. “Ya nada es igual. No sé cómo seguir. El dolor que pasamos nunca podrá superarse”, explica a un año de la tragedia.

Foto: Emilio Morales
Juchitán resurge de las cenizas, con y a pesar del dolor la vida late con fuerza.

Inclemente desamparo

Los seis meses posteriores al terremoto de 8.2 grados, el más devastador de los últimos 85 años, lo vivieron entre el agua y el aire golpeados por lluvias torrenciales y fuertes vientos de Norte.

Vivir tratando de conservar el equilibrio para dormitar sentada, vivir bajo una carpa con otras 5 familias que paulatinamente se fueron para iniciar de nueva cuenta en otro lugar. Vivir a la espera de la reconstrucción.

Diez meses después, en abril de 2018, Ema y Avenamar lograron levantar obra negra de su casa al fondo de la calle en donde aún se respira el dolor. No hay ventanas, puertas, tampoco sistema eléctrico. El dinero no alcanzó.

Desde el temblor, el rostro de Emma no ha perdido la expresión de terror y angustia. Su cabello tampoco se ha recuperado del sobresalto. Apenas el 27 de agosto un nuevo jalón a la tierra la intimidó.

– ¿Lograron recuperar la tranquilidad? – Ema no duda en su respuesta y suelta enseguida una rotunda negativa.

– No. ¡Dolor da! Piensa uno: ya acabó la vida, pero pareciera como que apenas se nos está revelando la realidad.

– ¿Conservan el miedo?

– Todavía, todavía; yo grito cuando empieza a temblar, grito y me salgo rápido. Me dice mi esposo: ¡ya la casa no se cae!, pero yo le digo que no voy a quedar ahí. Sigue temblando y recio. Sólo nos queda acostumbrarnos a vivir con el miedo.

El día del derrumbe

El 7 de septiembre de 2017 el reloj aún no llegaba a las 23:49 horas. Ema y Avenamar regresaban del velorio del padre de ella. Se preparaban para dormir. Iban cansados. La mujer se sentó al filo de la cama. La estremeció el grito de ¡temblor! proferido por su esposo.

Ema vió como el techo se desplomó sobre la cama, segundos después de que ella la abandonara. Ambos corrieron a la puerta. ¡Agárrate y agárrame porque de ésta no sabemos si salimos!, le dijo Avenamar. El ruido de las piedras partiéndose rugían por todos lados.

Con dificultad de acercaron a la puerta y luego corrieron al patio. El candado de la reja de entrada quedó partido por la fuerza de la tierra. La nube de polvo los atrapó. Llanto y gritos en penumbra.

A un año

Transcurrido un año, Juchitán es la ciudad herida que se reconstruye con jirones de tristeza y coraje. Es una reja que cuida terrenos baldíos. Son casas sin muros, es una fachada que conserva el luto en un moño grisáceo, el dolor resquebrajado en las paredes de viviendas abandonadas.

A un año de la desgracia, Juchitán es una iglesia improvisada en honor a San Vicente Ferrer en donde la fe se sostiene con la esperanza de un milagro; es un mercado sin ventas, es el recuerdo del policía Juan Jiménez Regalado que, perdido en la penumbra, falleció intentando salir del Palacio Municipal.

Transcurrido el tiempo, Juchitán es el toque de queda autoimpuesto por el miedo a ser asesinado, son decenas de albañiles que van armando, pieza por pieza, lo que el temblor destroz;, son vidas modificadas por el pánico a una nueva sacudida. Pero también es la bandera ondeante sembrada entre los escombros y una canción que grita ¡Vamos Juchitán!

Latir del corazón juchiteco

Tres días después del sismo el mercado volvió a plantarse frente a las ruinas, la vida tenía que continuar, con y a pesar del dolor, resurgir y volver a latir. Ser el corazón Juchiteco que da vida a la tierra istmeña.

Hoy, un año después, las calles están tupidas de personas. Tratan de regresar a la normalidad, continuar con su vida. Las grandes tiendas hace apenas unos meses reabrieron sus puertas. La economía aún está taciturna.

Marbella apenas ha vendido un par de huaraches, es un mal día, pero “no nos quejamos, tenemos para comer”. El local de la mujer, fue uno de los más grandes establecidos al interior del mercado de Juchitán. Ella perdió la mitad de toda la mercancía entre los escombros del sismo.

Horas después del sismo se dirigió al mercado, vio policías correr en búsqueda de su compañero desaparecido. Continúo su camino temiendo haber perdido toda su mercancía bajo toneladas de devastación. El paso hacia el lugar fue restringido. Nadie tendría permitido ingresar hasta la mañana siguiente.

Hubo quien, entre la desdicha, se atrevió a robar. Marbella sólo pudo recuperar una parte de sus artículos.

El 29 de septiembre fueron removidos los escombros del Palacio Municipal. Las notas de la Sandunga desgarraron el silencio. Al fondo quedó el esqueleto del mercado 5 de septiembre. A pesar de los daños, no fue derruido. Sobre el techo, un grupo de albañiles sutura las grietas.

https://www.nvinoticias.com/nota/100630/juchitan-85-grados-herida-abierta