Pobreza extrema se ensaña con el ejido Noria de la Sabina
El silencio inunda al ejido Noria de la Sabina. Son las 11 de la mañana y el único ruido es el motor del coche en el que vamos mi compañero y yo.
Fue mala hora para visitar el ejido de General Cepeda. Todos están en el monte recolectando lechuguilla para obtener los 400 pesos que gana el que sí trabaja, el que sí le echa ganas y lleva más kilos para raspar.
Pareciera que no hay ni un alma rondando el ejido. De una de las apenas 26 humildes casas con paredes de adobe y descarapeladas que hay habitadas, sale la señora de la tienda, que está a punto de llevar lechuguilla ya raspada, tal vez a vender.
Ella nos manda con la señora María de la Luz Hernández Delgado, quien comenta que, a pesar de las carencias, por el agua no “batallan”, aunque un estudio del Coneval dice que el 11.54 por ciento de los 92 habitantes no cuenta con agua entubada.
La única fuente de trabajo actualmente es recolectar y raspar lechuguilla, a lo que casi todos en el rancho se dedican, hasta los más jóvenes, quienes al terminar la primaria prefieren ponerse a tallar (lechuguilla), que seguir estudiando.
“Aquí si trabaja la gente y va a tallar, come, si no, se la amarran, están al día, sí un día lo pierden, ese día les faltó ese peso (…). Ahorita lo que más hay es lechuguilla, la candelilla casi no hay porque como ha llovido mucho, los muchachos no quieren echarla a perder, porque no tiene polvito”, expresa.
El calor de, por lo menos, 30 grados centígrados invade el ejido y provoca que las gotas de sudor escurran por la cara y el cuerpo. Afuera el sol es peor, es un sol picante que provoca un ardor en la piel. Así los ejidatarios se salen a recolectar la lechuguilla al monte.
Aunque el calor está intenso, dentro de las casas no se siente tanto. La mayoría está hecha de adobe, con techos de albarda, quiote, “zoquete” y candelilla, pero también hay algunas que ya están construidas con material moderno que entregó Sedesol, pero la de la señora María forma parte del 7.69 por ciento de casas con piso de tierra.
En el ejido solamente hay una escuela de educación Primaria con un salón y, por lo tanto, una maestra. María de la Luz comenta que ahorita todos los niños van a la escuela, no obstante, Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) destaca que el 12,90 por ciento de los habitantes mayores de 15 años son analfabetas.
También hay un kínder, ése es más nuevo, apenas tiene unos 30 años en el rancho; la primaria tiene alrededor de 70.
Cimari, tema de ‘moda’
Durante la charla, es inevitable el tema del Cimari que construirán a unos 5 kilómetros del ejido, así como de la muerte del comisariado ejidal, quien se suicidó el pasado lunes 29 de junio.
Fue uno de sus tres hijos, y a quien ya le había comentado lo que haría, quien encontró sin vida en un árbol y colgado con una cuerda al cuello a Antonio Hernández Gómez.
Aunque nadie sabe a ciencia cierta cuál fue la razón por la que Antonio Hernández decidió suicidarse, algunos vecinos consideran que fue por la cantidad de trabajo que tenía que realizar para que los ejidatarios tuvieran una mejor calidad de vida.
Aunado a eso, comentaron los habitantes, tenía una presión muy grande por la construcción del Confinamiento de Residuos Tóxicos que se construirá a tan sólo cinco kilómetros del ejido, motivo por el que en un inicio deseaba dejar el cargo, pues la mayoría de habitantes considera que afectará gravemente su salud.
“Le dijo a su hijo que se iba a ahorcar, pero no le dijo los motivos, a mí me dijo el muchacho que “El Tronco” fue y le dio un beso a su hijo y a su nieto y le dijo: yo me voy a ahorcar. En la medianoche lo encontró ahorcado”, manifestó María de la Luz Hernández.
Primero comer…
Aunque otros habitantes también se quejaron de que la instalación del confinamiento de residuos tóxicos afectará en su salud, también les preocupa que, en ocasiones, las familias no tienen suficiente dinero para comprar comida y darles a sus hijos. Su menú de todos los días son frijoles y huevo, dos de los alimentos más económicos.
“A veces no tenemos para comprar la comida, casi siempre comemos huevo y frijoles (…) ¡nombre! Si compramos carne un día nos quedamos sin el huevo y los frijoles de toda la semana, está muy cara la carne”, expresó Francisca Hernández Gómez, hermana de quien en vida fuera el comisariado ejidal en Noria de la Sabina.
“Se batalla para el trabajo, en veces sí come uno, en veces se batalla. Yo ahorita estoy separada, tengo cuatro niños y mi papá es el que me está manteniendo. Mi papá y mi mamá son los que se van a tallar”, dijo Matilde Hernández Pérez.
Para María de la Luz Hernández Delgado, quien tiene ya 61 años viviendo en el rancho Noria de Sabina, es triste que el Gobierno Federal, Estatal y Municipal pongan el “basurero tóxico”, pues ningún habitante tiene el suficiente dinero para irse de ahí.
“Aquí nos dejaron nuestros padres, aquí nos moremos (sic). ¿Pa’onde nos vamos? estamos fregaditos, no tenemos ni un cinco pa’irnos (…) Yo soy nacida y criada aquí, nos da tristeza que nos quieran hacer eso (construir el confinamiento), ¿pa’onde nos arrancamos, pa’onde nos vamos?, si no tenemos ni con qué comprar una casa, ni para comer, ¿dónde? (…) aquí nacimos, aquí nos morimos. Si el Gobierno pone eso, nos matamos”, manifestó.
La construcción del Cimari ya cuenta con el aval del alcalde de General Cepeda, Rodolfo Zamora Rodríguez.
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