Juicio por feminicidio implica a narcos, policías y soldados
Pese a la conmoción que causaron hace años los feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua, apenas en abril pasado se abrió el primer juicio por ese delito en la entidad. Se acusa a 11 personas por el secuestro y asesinato de igual número de mujeres de entre 15 y 20 años, con casos bien documentados. Los testimonios de algunos delincuentes y de sus víctimas que sobrevivieron pueden hundir a los asesinos. Sin embargo, también ofrecen evidencia de la corrupción que corroe a las corporaciones policiacas e incluso a militares.
“A la edad de ocho años me fui a vivir con mi tío Poncho –actualmente usa el nombre de Raúl Ramírez–, no sé cuál es su verdadero nombre. Tiene varios años de pertenecer a La Línea, brazo armado del Cártel de Juárez. Su función es levantar muchachas en el centro de Juárez, a mí me utilizaba como carnada frente al mercado Reforma o en el Cuauhtémoc. ‘Trabajé’ con él tres años”, narra Luis Jesús Ramírez Loera. Entonces le decían El León.
Continúa: “Mi tío me señalaba a la muchacha a la que quería que me acercara con el pretexto de que me cambiara un billete, o que pareciera que andaba solo para darles lástima. Cuando estaba con ella le decía que andaba perdido, que me llevaran atrás del mercado o a una tienda de nombre Econotienda, en la calle Mina. Cuando ya las tenía allí, mi tío y su gente las abordaban, las amenazaba con dañar a sus familiares y las trasladaban al hotel Verde. Algunas las vendían a los soldados que están en Chihuahua y a narcotraficantes foráneos; a otras las prostituían en el centro de Juárez o en otros estados”.
Su narración, junto a testimonios de víctimas sobrevivientes y de integrantes de la organización que levantaron y prostituyeron jóvenes para después matarlas, dejó al descubierto que esa red delictiva no sólo gozaba de la protección de soldados y policías, tanto municipales como federales (Proceso 2012), sino que también opera en los Centros de Readaptación Social (Ceresos).
También puso en evidencia que el periódico local PM es el medio que utilizan las redes de trata para ofrecer servicios sexuales en locales establecidos o a domicilio. Todos los que anuncian una “sala” en este impreso reciben la llamada de una persona que los obliga a pagar una “cuota” por dejarlos “operar”, según se indica en varias declaraciones reunidas en el expediente de más de 70 mil fojas.
Luis Jesús tiene 19 años. Su testimonio es clave en el llamado “gran juicio” que desde abril pasado se dirime en la Fiscalía Estatal de Chihuahua, donde por primera vez en al menos 20 años se juzga un caso de feminicidio: se acusa a 11 personas por la desaparición y el asesinato de 11 mujeres de entre 15 y 20 años.
Para Imelda Marrufo y Santiago González, de la organización civil Red Mesa de Mujeres –que acompaña jurídicamente a las madres de las víctimas–, los elementos que aportó el Ministerio Público son suficientes para condenar a los detenidos.
Éstos son Camilo del Real Buendía, Víctor Chavira García, Esperanza Castillo Saldaña, Rafael Mena, Eduardo Sánchez Hermosillo, Jesús Hernández Martínez, César Félix Romero Esparza, Édgar Jesús Regalado Villa, José Antonio Contreras Terrazas, Manuel Vital Anguiano y José Gerardo Puentes Alva. El primero cuenta con un amparo, por lo que aún no se inicia el juicio en su contra; el segundo murió en prisión por una enfermedad renal.
Después de tres meses concluyeron las testimoniales. Falta el pronunciamiento de las juezas Emma Terán Murillo, Jazmín Roca Pineda y de María Catalina Ruiz Pacheco, quien preside la audiencia.
Prosigue el relato de Ramírez Loera, quien fue detenido en 2013 por narcomenudeo:
“Las ponían a vender drogas y no permitían que las consumieran porque no podían trabajar. Las hacían esclavas en el sentido de ceder a los placeres sexuales de los narcotraficantes. Todo en contra de su voluntad. Utilizaban información que reunían sobre su familia y las amenazaban con pistola. Si alguna no cedía, le quemaban su casa, pero casi nunca batallaban.”
Su tío, que tiene el rango 66 en La Línea, tenía cómplices: “Trabajaba con Arturo Adrián Roldan de la Cruz, El Pitufo, conocido también como El Miguelito y Z-1, quien tenía un rango 16 dentro de Los Aztecas. Operaba en el centro junto con mi tío y El Alacrán”.
A los 11 años Ramírez Loera dejó de operar como carnada y se integró a Los Aztecas: “Ya no soy El León, ora me apodan El Güero. Voy a cumplir tres años trabajando con Los Aztecas, vendo heroína frente al Wendy’s de la calle 16 de Septiembre, cerca de la tienda Milano. También recibo dinero y entrego la mercancía, o sea la heroína, a otros vendedores.
“A los 13 años empecé a trabajar con Los Aztecas. Mi patrón es una persona a quien le dicen El Pifas (desconoce su nombre), él maneja todo en el centro. Al jefe del Pifas no lo conocemos ni sabemos cómo le dicen. Conmigo trabaja El Piwi, quien se llama Édgar Jesús Regalado Villa, de 19 años, él es halcón, trae agujerada la oreja derecha y las cejas sacadas como yo.”
También son de su célula El Patachú, que también es halcón, de 25 años, camina chueco del pie izquierdo y le dieron un balazo en el derecho; El Koyac, de 37 años, quien tiene dos hoyos de bala en el brazo derecho y un tatuaje de espinas en la espalda; y El Yeyo, que viste de negro y no trae tatuajes. Se nombran por el apodo, pues Los Aztecas les dan una “calentada” o “matan” a quien los llama por su nombre.
Historias trágicas
Prosigue su historia El Güero: “Cuando empecé era halcón y vendía droga. Recuerdo que El Pifas levantaba muchachas en el centro. Esto fue de 2009 a 2011. Acompañé al Pifas al hotel Club Verde, que está por la calle Samaniego; allí hacían juntas los de La Línea y Los Aztecas, pero yo me quedaba afuera del hotel esperándolo. Cerraban. Nadie entraba ni salía”.
Cuando la representación social le muestra al joven Ramírez Loera imágenes de las chicas levantadas y asesinadas, las reconoce.
A Andrea Guerrero Venzor la identifica como hermana de una muchacha que vendía heroína en la esquina de los puestos de ropa de Los Quiroz. Andrea se “bañó” con el dinero. Fue novia de Heri, un azteca a quien ella le ayudaba a vender la heroína. Después anduvo con El Piwi.
Al ver la foto de Deisy Ramírez Muñoz, de 16 años, señala que ella es familiar del Chaparro, quien trabaja con Los Aztecas. La levantaron El Koyac y El Patachú frente a “la solidaridad”, un mercadillo, porque “dijo cosas que no tenía que hablar”.
También identificó a Idalí Juache Laguna: “Era novia del Piwi, aunque yo salí con ella como tres meses porque se la pasaba dentro de Los Quiroz, con El Patachú, contando dinero y entregando mercancía. Ella nos ‘puso’ y la desaparecieron. A Jazmín Salazar Ponce la levantó El Piwi en la zona centro, frente al mercado Reforma, luego la violó en la vecindad en la que vive El Koyac, ubicada en la calle 16 de Septiembre esquina con Melchor Ocampo. Después la desapareció”.
Acerca de Jessica Leticia Peña García, de 15 años, Ramírez Loera declaró que un hombre apodado El Chino –que trabaja para Los Aztecas y es dueño de la tienda de botas El Caporal– se la entregó a El Pifas, pero la fueron a recoger El Patachú y El Piwi.
Sobre Jessica Terrazas Ortega, asegura que la levantaron El Pifas y El Koyac, en el mercado Reforma. Según él, es hermana de Ivonne, una joven que vendía cigarros y heroína junto con su tía Vero, y Jessica las denunció.
En cuanto a Lizbeth Avilés García, dice que se prostituía frente al mercado Reforma y vendía heroína, sólo que no reportó el dinero de este último negocio. El Piwi y El Patachú la levantaron cerca de La Pila de La Chaveña. De María Guadalupe Pérez Montes, sabe que se juntaba con Lizbeth, las dos andaban con El Patachú, y cuando quedó mal con la mercancía, El Pifas y El Yeyo la levantaron frente al mercado Reforma.
Mónica Liliana Delgado Castillo vendía hamburguesas por la calle, también “la trajo trabajando” César Félix, El Félix, un tipo canoso. La levantaron El Piwi y El Patachú.
De Perla Ivonne Aguirre González, de 15 años, dice El Güero: “Supe que esta chava se le bañó a Félix con el dinero de la venta de droga, ya que tenía dos meses trabajando para él, aunque también vendía hamburguesas por la calle. El Pifas, El Patachú y El Piwi la levantaron afuera de la Econotienda, frente al mercado Cuauhtémoc, se la llevaron en una Expedition negra y se la entregaron al Félix”.
Comenta que El Félix empezó como vendedor de droga, pero después se encargaba de “ponerles” a las muchachas al Pifas, El Piwi y El Patachú,
Beatriz Alejandra Hernández Trejo tenía 20 años cuando El Patachú y El Piwi se la llevaron en una troca cerca del pasaje Plaza Juárez y la pusieron a vender droga. Ella se ganó la confianza del Pifas, que le soltó 23 huevos de heroína, pero ella “se bañó” con todo e inventó que la habían asaltado. Nadie le creyó porque estaba enganchada a la droga.
Voces que hacen justicia
Cuando levantaban a una muchacha, mediante el radio les pedían a sus cómplices en el centro de Juárez que vigilaran si alguien buscaba a la víctima. El Güero iba a la estación Delicias para entregar una cuota a los municipales a fin de que no intervinieran.
Dice Ramírez Loera que iba constantemente al hotel Verde a dejar el dinero de la venta de droga y a recoger más mercancía. Entonces veía a las jóvenes retenidas. Llegó a identificar a un hombre que las manoseaba y las besaba cuando quería: Manuel Vital Anguiano.
Confiesa: “Yo vi que mataron a algunas”. Da detalles.
Le muestran una hoja con el folio 347. En ella hay dos imágenes. En una, dos extremidades inferiores con pantalón de mezclilla; a la altura de los pies se observa el cuerpo de una mujer con blusa negra, con bolsas azul claro en sus extremidades.
El declarante dice que conoce a las dos. La de negro es Marisol: “Yo tenía 15 años, El Koyac, Pifas, Patachú y yo las recogimos en el salón Sauz Sur porque El Patachú se las iba a llevar de party, sólo que las metieron al hotel ubicado por la 16, frente al Piscis. De allí las sacamos muertas y embolsadas, las tiraron por el Viaducto”.
Añade que, por lo general, a las jóvenes que querían desaparecer las trasladaban al Valle de Juárez porque los soldados estaban comprados y no les daban problemas para el traslado. Allá dejaron aproximadamente a 14 muchachas. Ahora las van a dejar a la colonia Anapra. La más reciente la llevaron hace ocho meses.
Indicó que “si a las jóvenes les gustaba el trabajo y no representaban riesgo para ellos (Adrián Arturo Roldán o Chuy, José Gerardo Puentes Alba y César Félix) las dejaban regresar a casa, de lo contrario las encerraban en el hotel Mamport, en el Fortuna o en el Verde”.
Algunas víctimas, quinceañeras que lograron sobrevivir prostituyéndose, atestiguaron que los inculpados estaban en posesión ilegal de armas, traficaban drogas y asesinaron a otras jóvenes. Sus testimonios corroboran el de Ramírez Loera y consolidan la tesis de la fiscalía (Proceso 2012).
Una de las que rindieron declaración fue Miriam Sánchez, quien posteriormente, en junio de 2014, fue asesinada. Su testimonio fue leído en la audiencia: “Yo viví en el hotel Verde en el año 2007-2008. Nos tenían amenazadas, me decían que matarían a mi familia. El dueño era Márgaro, quien está preso en el Cereso”. Identificó a todo el personal del hotel.
Norma Sugey García Guerrero relató su propia historia. En enero de 2011 tuvo problemas con su familia y abandonó su casa. En el centro de la ciudad conoció a Alicia, quien le ofreció hospedarla en su domicilio, en la colonia Guadalajara Izquierda. Alicia vivía con su esposo Beto, cuatro hijas y un hijo. Retenían ahí, contra su voluntad, a Susana, Estefanía y Karen.
Norma admite que acompañó a Alicia a poner anuncios de servicios sexuales en el periódico PM.
Dice también que siempre las llevaban a prestar servicios sexuales. Les advertían que si no cooperaban podían hablarle al Z-1, quien le llegó a poner una pistola en la cabeza. El día que escapó, le pidió su celular a un señor que se bajó de un autobús y marcó al 060. Acudieron los policías municipales de la estación Babícora, quienes detuvieron a Alicia y a su esposo.
Cuando el personal de la Fiscalía Especializada en Atención a Mujeres Víctimas del Delito por Razones de Género le mostró a Norma un listado de mujeres localizadas sin vida, ella dijo que llegó a ver con El Z-1 a las identificadas con los números 3, 7 y 8.
En relación con las jóvenes reportadas como desaparecidas, la declarante reconoció a Patricia Jazmín Ibarra (a quien siempre traía el Z-1), así como a Griselda Murúa, Yanira Fraire y Janet Soto Betancourt.
El 10 de abril de 2013, Karen Cecilia Melero Castro declaró que fue rescatada después de que Norma Sugey escapara. Ella reconoció a Arturo Roldán, El Z-1, a quien vio matar a una joven en diciembre de 2011, en un baldío de la colonia México 68: “El Z-1 le dijo a un muchacho que se encontraba en el lugar que se apurara en matarla, pero se tardó y El Z-1 le quitó la pistola y él la mató”.
El testimonio de Francisco Javier Martínez, detenido con El Z-1, y César Alberto Ramírez Ramos, completa la trama:
“Conocí al Z-1 en Aguascalientes, el domingo 7 de abril de 2013. Nos invitó a trabajar en Juárez, en donde tenía mujeres que se prostituían y que le depositaban dinero en su cuenta del Banco Azteca. Nos trajo a cobrar las cuotas. Al llegar, recorrimos la ciudad. Ellas le entregaban entre 200 y 500 pesos. Nos dijo que matáramos a las que no quisieran trabajar y las dejáramos en un lugar de terracería que bautizó como Panteón Juárez, cerca de Estados Unidos. Dijo que ahí tiró como a 10, la última hacía apenas dos meses.”
En el Cereso
A su vez, la detenida Angélica Pamela Torres Nájera dejó en evidencia el nivel de infiltración y corrupción en las corporaciones policiacas del estado. Dice que a su pareja sentimental, el Z-1, “le hablaban para que fuera a dejar el dinero de las cuotas al Cereso que está en Barranco Azul.
“Una vez me llevó al Cereso, a un servicio. Íbamos varias. Eran las 9 o10 de la noche, entramos por la puerta principal, se parqueó en el estacionamiento e hizo una llamada: ‘Ya están las chicas aquí afuera’, dijo. Salió un hombre con uniforme y botas negras, radio y una pistola, me escogió.”
Subió escaleras y atravesó pasillos; llegó a una sala, donde esperó.
“Había un escritorio, una cama y ropa. Llegó un hombre alto, flaco, moreno claro, traía bigote y pelo rapado tipo militar. Me dijo que si quería un ‘pase’ y sacó una bolsa de cocaína. Le dije que no. Él se empezó a drogar por la nariz. Pidió que me desnudara y que posara con armas que tenía en la habitación para tomarme fotos. Quería que le hiciera sexo oral, pero se negó a usar condón y no acepté. Se molestó y me corrió. No quiso a nadie más.”
En otra ocasión la llamaron para otro servicio. “Pidieron que fuera yo. Cruzamos pasillos, patios y puertas de reja. Me esperaba un hombre en una celda pero el guardia no me dejó llegar; le dijo que él saliera. Era un muchacho de 22 años, güero, flaco, vestía como cholo… Después me enteré que se trataba de Jacobo”.
Jacobo se llama César Adrián Vázquez Andrade. En su turno señala: “Yo estaba preso en el Cereso y le rentaba camionetas al Z-1; luego le empecé a marcar para que me llevara chicas. Yo fui el contacto dentro del Cereso porque me las pedía un güey que era jefe. Él siempre traía como a 10 personas cuidándolo, vestía de civil, le apodan El Guasón y era municipal. Me decía que le llevara unas cinco, y si no le gustaban me ponía una putiza. Ellas no querían ir porque siempre estaba drogado, las golpeaba, las grababa y tomaba fotos posando con sus armas”.
Imelda Marrufo y Santiago González enfatizan que los testimonios de Torres Nájera y de Ramírez Loera involucran a las autoridades policiacas, a los soldados y hasta el personal de los penales, lo que demuestra que formaban parte de una red de corrupción interinstitucional extensa, que al paso de los años dejó más de mil casos de feminicidios.
Están seguros de que las madres de las víctimas tendrán justicia, pero indican que las supervivientes que narraron su historia también lo son, por lo cual deben abrirse expedientes sobre los delitos cometidos contra ellas y darles el tratamiento de víctimas.
“Es parte de este juicio, de lo contrario el proceso no ha dejado ninguna enseñanza”, concluyen.
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