La urbe contra los pueblos

Jerónimo Díaz

El siguiente estudio cartográfico fue presentado en el seminario El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, para el cual los zapatistas del EZLN pidieron llevar semillas que fueran capaces de provocar la reflexión y la crítica; «una semilla para que otras semillas escuchen que hay que crecer y lo hagan según su modo, según su calendario y su geografía». ¿Pueden los mapas contribuir a sembrar nuevas semillas, a generar conciencia? Para nosotros, la respuesta es evidentemente positiva.

En esta versión electrónica corregida y aumentada, el estudio de los efectos de la urbanización neoliberal sobre el Valle de México se divide en dos partes. La primera trata sobre el proceso de urbanización salvaje en los municipios conurbados del Estado de México, mientras que en la segunda entrega se abordará el tema de la reconquista del Centro Histórico. En ambos casos, veremos que el capital requiere materializarse en infraestructura, vivienda, patrimonio, industria, plantaciones o lo que sea con tal de multiplicarse. Aunque sabemos que el interés del dinero destruye lo que encuentra a su paso, veremos que también aprovecha el trabajo humano de siglos y se desenvuelve sobre antiguas estructuras territoriales que nunca logra desarticular por completo.

¿Mancha urbana?

Desde los años ochenta, la Ciudad de México entró al imaginario colectivo como la más poblada y caótica del obre. Muchos de los mapas que circulan desde entonces presentan la expansión de la «mancha urbana» como un fenómeno descontrolado, semejante a una mancha de aceite o un contagio cancerígeno que parte del Centro Histórico y avanza sin ningún sentido hacia la periferia.

Esta imagen producida por Urbanization Project, de la Universidad de Nueva York, apunta hacia una contradicción preocupante: aunque la población urbana se empieza a estabilizar, la ciudad no reduce su ritmo de crecimiento. Sin embargo, esta simplificación del proceso de urbanización –cuyo objetivo es promover el desarrollo de «ciudades compactas»– induce graves errores de interpretación, empezando por la eliminación de los factores territoriales que han guiado la expansión urbana, tales como el desecamiento del Lago de Texcoco, la preexistencia de rutas comerciales antiguas y la supervivencia de los pueblos prehispánicos, a costa de los cuales se está ganando terreno para la urbe.

La huella de los pueblos del Anáhuac

El territorio es la huella de los pueblos, es la historia hecha geografía. El Anáhuac, que significa «lo situado entre las aguas», hunde sus raíces en más de tres mil años de actividad humana. Aunque los Aztecas no fueron los primeros en habitar esta cuenca, vale la pena revisar brevemente las grandes intervenciones que realizaron sobre el medio natural.

Desde el siglo XIV un acueducto traía el vital líquido desde Chapultepec. Tal vez por eso el cerro del chapulín, así como el de Tepeyac, aún son considerados lugares sagrados: por que dan agua y vida a una urbe que en ese entonces ya contaba con más de 200 mil habitantes. Más tarde, con la construcción del dique de Nezahualcóyotl, los Tenochcas y los Texcocanos lograron contener las aguas saladas en lo profundo del Lago de Texcoco y así desarrollar la agricultura en el islote de Tenochtitlán, aunque era en Xochimilco donde se producían mayores cantidades de maíz y amaranto. A la fecha, los pueblos del sur manejan uno de los sistemas agrícolas más sofisticados: las chinampas.

El Anáhuac a inicios del siglo XVI

La capital mexicana se ubica en una cuenca endorréica, es decir que los flujos de agua, al no tener salida al mar, se acumulan en la zona más baja de la cuenca, formando en este caso el Lago de Texcoco. Para contener en éste las aguas salinas y proteger las áreas de cultivo, los Aztecas –con el apoyo de Nezahualcoyotl, soberano de Texcoco– construyeron un dique o albardón entre el Tepeyac e Iztapalapa. La mayoría de los pueblos prehispánicos (altepe’) que bordeaban al lago se mantienen como cabeceras municipales. Nota: se resalta la actual Zona Metropolitana del Valle de México, no la cuenca.

A fin de controlar el territorio o huey altepetl azteca, el proyecto colonial iniciado a partir de 1521 absorbió la estructura política establecida por el linaje de Moctezuma. Así, según Charles Gibson, los pueblos que dominaron la región durante el periodo prehispánico –tales como Tenango, Tlalmanalco, Chimalhuacán, Acolman, Tizayuca, Zumpango, Tecámac, Tlanepantla o Azcapotzalco– se mantuvieron como cabeceras municipales durante el periodo colonial, y muchos de ellos lo siguen siendo hasta la fecha. Es importante reconocer esta continuidad histórica puesto que, como vemos en el mapa siguiente, la urbanización no se realiza al azar sino que avanza sobre antiguos centros de población y poder.

Por otra parte, si bien los invasores retomaron mucha de la infraestructura mexica –como las calzadas y el acueducto–, para ellos el medio lacustre representaba una amenaza, no una fuente de vida. En 1607 se cavó el Tajo de Nochistongo, al sur-oeste de Tequixquiac, con el cual se quiso evitar que los escurrimientos de la Marquesa llegaran a Zumpango, desviando las aguas hacia la cuenca vecina del río Tula. Éste fue el primer trasvase realizado en México y podemos decir que los resultados fueron catastróficos: se registraron miles de muertes a causa del trabajo esclavo invertido en la obra y para colmo, veintidós años después la ciudad conoció la peor inundación de su historia. A raíz de esta inundación las autoridades novohispanas mandaron hacer el dique de San Cristóbal, que contenía las aguas a la altura de Ecatepec. Finalmente, a partir de la dictadura porfirista, se pasó de una lógica de contención a una lógica de expulsión por medio del Gran Canal, que filtró al Lago de Texcoco hacia el río Moctezuma. En este mismo sentido se realizó en los años setenta el Túnel Emisor para expulsar las aguas negras hacia el norte.

La urbe se extiende hacia los pueblos a lo largo del siglo XX

Con la reforma constitucional al Artículo 27, el cual garantizaba hasta 1992 la propiedad colectiva de los ejidos y las comunidades, se abrió la posibilidad de lucrar con los territorios de los pueblos originarios. El avance de la mancha urbana no sólo ha implicado la pérdida de tierras de cultivo altamente productivas, sino también el acaparamiento de pozos y sistemas comunitarios de distribución del agua.

Siglo XXI: urbanización salvaje

Así llegamos al siglo XXI. Donde había un gran lago ahora se encuentra –según Mike Davis– la ciudad miseria (slum) más grande del mundo, conformada por las colonias populares de ciudad Nezahualcóyotl, Iztapalapa, Chimalhuacán y Chalco.(1) Habría que matizar esta afirmación y reconocer el trabajo de los 5 millones de habitantes que poblaron esta zona a lo largo del siglo XX, que construyeron espacios de vida con su propio esfuerzo, sin pedirle nada a los bancos. De hecho, aunque esta tendencia está cambiando, se estima que 70% de las viviendas de nuestra ciudad han sido producidas bajo el control de la propia gente.(2)

Es precisamente esta capacidad de construir su vivienda y de producir ciudad sin necesidad de pasar por los circuitos del mercado financiero, lo que está en juego en la fase neoliberal actual: el capital pretende adueñarse del esfuerzo económico de todos los habitantes, incluso de los más pobres, y de todo lo que implica hacerse de una vivienda, incluyendo el conocimiento práctico de la albañilería popular.

Ahora bien, si nos concentramos en la dinámica poblacional de la primera década de este siglo, vemos dos tendencias aparentemente contradictorias: el crecimiento demográfico de los municipios más alejados de las zonas de trabajo y por otra parte, el repoblamiento de las áreas centrales con habitantes de más altos ingresos.

(1) M. Davis, 2007. Planeta de ciudades miseria, Foca Ediciones
(2) R. Torres, 2006. La producción social de vivienda en México, HIC-AL, en línea

Crecimiento de la población municipal entre 2000 y 2010

En el mapa, los círculos son proporcionales al total de habitantes de cada delegación y municipio de la ZMVM: Iztapalapa y Ecatepec son los más importantes, en cada uno viven cerca de 2 millones de personas. Los tonos amarillos a rojos indican tasas de crecimiento poblacional positivos, mientras que los azules muestran valores negativos. Es el caso de Ciudad Nezahualcóyotl, que dejó de ser una ciudad miseria hace tiempo; se consolidó, y ahora expulsa a sus jóvenes hacia Chimalhuacán o Chicoloapan, donde el precio del suelo es más accesible. Lo mismo ocurre en Tlanepantla y Naucalpan.

En los municipios que aparecen en rojo vivo y en anaranjado –Huehuetoca, Acolman, Nicolás Romero, Texcoco, Chalco, Tecámac y Zumpango– es donde han proliferado los tristemente célebres conjuntos urbanos y las ciudades bicentenario. En tan solo 10 años, estos desarrollos inmobiliarios cubrieron 8% de la superficie municipal de Tultepec, Cuautitlán, Huehuetoca, Chicoloapan y Atizapán. En Zumpango, la superficie absorbida tan solo por Casas GEO equivale a 1 800 campos de fútbol (1 100 hectáreas). El caso más alarmante es el de Tecámac, donde las empresas Sadasi, Urbi y GEO se repartieron 10.7% de la superficie del gigantesco municipio.

El estudio que realizamos a partir de la Gaceta Oficial del Estado de México, revela que entre 1999 y 2011 se construyeron 560 mil casas de este tipo en 256 conjuntos urbanos autorizados por el Congreso local. El territorio conquistado por las inmobiliarias, tan solo en los municipios conurbados, abarcan una superficie total de 96 km2, lo equivalente a la delegación Gustavo A. Madero, y tienen una capacidad para albergar a 2.5 millones de habitantes. Los más afectados por el cambio de uso de suelo son Tecámac, Zumpango, Huehuetoca, donde el entonces gobernador del estado, Enrique Peña Nieto, impulsó las llamadas «Ciudades Bicentenario».

Megaproyectos y resistencias

Desde luego, estas nuevas ciudades miseria en donde los habitantes ni siquiera son dueños de sus viviendas hasta que terminen de pagar sus hipotecas, no responden a una demanda del mercado. Por un lado, es cierto que las instituciones crediticias se encargaron de producir cierta demanda, orientando a los derechohabientes del FOVISSSTE y el INFONAVIT hacia estos productos chatarra. Pero por otro lado, la sobreoferta generada revela la naturaleza sicótica del capital financiero. Miles de viviendas están actualmente abandonadas –5 millones en todo el país– y los que cayeron en la trampa se enfrentan a la inseguridad y a la lejanía de las zonas de empleo.


Conjunto Ara parcialmente abandonado amenaza con invadir tierras de uso común de Apaxco. Foto: Jerónimo Díaz

¿Quiénes son los habitantes de estos conjuntos urbanos? Se trata en su mayoría de familias pobres que cuentan con un sólo miembro afiliado al INFONAVIT. En 2004, por ejemplo, se estima que 75% de los derechohabientes del Distrito Federal ejercieron su crédito en el Estado de México. Muchas otras familias abandonaron las colonias populares construidas por sus padres en la periferia del DF en busca de un mejor futuro, atraídas por la promesa de vivir en nuevas colonias autosuficientes dotadas con servicios urbanos modernos. Sin embargo, en vez de introducir escuelas, parques y clínicas como lo indica la ley, las inmobiliarias ocupan hasta el último resquicio con tres o cuatro modelos de casas, todas de pésima calidad.

Tomemos algunos de los ejemplos documentados en la nueva plataforma de geografía colaborativa geocomunes.org. El conjunto ubicado en San Francisco Tepojaco, municipio de Cuautitlán Izcalli, fue autorizado en terrenos que presentan inestabilidad del suelo, lo que provoca hundimientos y agrietamientos en las viviendas. Siendo que éstas se entregan con una garantía no mayor a 6 meses, los habitantes deben solventar la reparación de vicios ocultos, de tuberías de PVC dañadas, de infiltraciones de agua e incluso la repavimentación de calles. El conjunto está rodeado por dos basureros que crecieron a raíz de la clausura del bordo de Xochiaca. Hoy se registran enfermedades respiratorias, gastrointestinales, alergias, infecciones en la piel, entre otros males, y a pesar de que el conjunto cuenta con 18 mil casas y 45 mil habitantes, no existe infraestructura médica básica.

El destino de los pueblos milenarios del Anáhuac es más incierto que nunca. La puesta en marcha del «macro-circuito de agua potable» que pretende incorporar los sistemas locales al sistema Cutzamala, implica la destrucción de instituciones comunitarias y el saqueo de sus pozos. Desde San Pablo Atlazalpan, municipio de Chalco, hasta Coyotepec, los organismos comunitarios de gestión del agua se enfrentan a poderosos intereses que pretenden municipalizar estos organismos para después privatizarlos. El objetivo es obtener mayores ganancias a menor inversión, así cueste la vida de los que resisten: el pasado 20 de abril José Isabel Cervantes Ángeles, defensor del agua de Coyotepec, fue hallado asesinado con huellas de tortura al interior de un pozo.

Mientras tanto, en el Distrito Federal, el estado ha tomado el control sobre los recursos hídricos y se empeña en succionar el frágil subsuelo de Iztapalapa a pesar de las grietas ocasionadas y los reclamos populares.

En suma, para los «desarrolladores» nuestro Anáhuac es un espacio virgen donde pueden crear tantas ciudades dormitorio como basureros a cielo abierto que infiltran sus lixiviados en lo profundo de la tierra. Ahí están los «rellenos sanitarios» de Tepetlaoxtoc y Tecámac, o el basurero nuclear de Temascalapa, por citar algunos casos de contaminación integrados al expediente del Tribunal Permanente de los Pueblos.(3) Ahí están los grupos como Antorcha Campesina que realizan labores de choque y atemorizan a la población para imponer desarrollos privados, como en el Ejido Guadalupe de Cuautitlán Izcalli. Ahí está el Nuevo Aeropuerto que pretende culminar la obra desecadora emprendida por el imperialismo español hace cinco siglos, cuyos efectos se resienten no sólo en Atenco, sino también en Ecatepec y en toda la cuenca.

(3) Dictamen de la Preaudiencia multitemática regional del Oriente del Estado de México, TPP, en línea

El territorio, factor de resistencia

A pesar de todo y contra todo, los pueblos resisten. En San Pablo Tecalco y Tecámac, los comités de agua potable no han dejado de dar batalla desde 2005, cuando el gobierno intentó municipalizar el servicio. Y no sólo se trata de defender el líquido. A la fecha, estos pueblos guardianes del Cerro de Chiconautla, repelen la construcción de 16 500 viviendas por parte de SADASI en un polígono de 274 hectáreas.

De igual modo, con el apoyo de los jóvenes que conforman el movimiento Apaxco Ecológico, los ejidatarios del norte del Estado de México han logrado contener la devastación del Cerro Colorado a manos de Grupo Ara.

En San Francisco Magú, pueblo hñahñü (otomí) ubicado en el municipio de Nicolás Romero, no será fácil echar a andar el proyecto Bosques del Paraíso, que pretende entregar 184 hectáreas de bosque a un fraccionamiento de 1 340 departamentos, 1 097 casas dúplex, 234 edificios triples y 3 319 lotes de 90 m2. Siguiendo el ejemplo de los indígenas de Magú, los habitantes de Cahuacán comienzan a organizarse contra el despojo de cerca de 2 400 hectáreas ejidales, donde los poderosos pretenden construir la autopista Atizapán-Atlacomulco y un complejo llamado El Retiro, que cuenta con club de golf y desarrollos inmobiliarios.

En Xochimilco, se sigue defendiendo al Cerro de Xochitepec frente a los intereses de la empresa Tepepan Country Club que pretende construir 86 residencias y un club deportivo para los ricos sobre el área de conservación ambiental. En todo el DF, proliferan los movimientos contra megaproyectos y ahora, contra las llamadas Zonas de Desarrollo Económico y Social, ZODES.

¿Qué tienen en común las luchas de San Francisco Xochicuautla contra la Autopista Naucalpan-Toluca, la de los pueblos de Cuajimalpa y la de los habitantes de Xochimilco e Iztapalapa contra la Autopista Urbana Oriente? Todas se enfrentan a megaproyectos carreteros que lejos de servir a las mayorías, ofrecen a los poderosos modernas vías de comunicación que pasan literalmente por encima de la gente. Todas luchan contra un desarrollo arrollador que carece de todo sustento ético y científico, pues según datos de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, del 2003 al 2005 se invirtieron 7,800 millones de pesos para ampliar vialidades, pero el promedio de velocidad del auto bajó de 28 a 21 km por hora.(4)

(4) La Autopista Urbana Oriente y sus consecuencias en Xochimilco, UCCS, en línea

*

Estos son sólo algunos ejemplos de las luchas que se desenvuelven en el Anáhuac ante un sistema irracional cuyo único horizonte es un desierto de asfalto y muerte. Desde luego, existen miles de resistencias silenciosas, rabias contenidas y otras tantas luchas que no se alcanzan a ver en estos mapas, siempre imperfectos y forzosamente reductores de la realidad compleja. Lo que sí muestran, en cambio, es la importancia de los pueblos originarios en la formación histórica de la Zona Metropolitana del Valle de México y la tendencia actual a generar megaproyectos desde un enfoque megalopolitano en el cual la geografía histórica –es decir el territorio– pierde sentido. Con el Arco Norte y Sur, por ejemplo, vemos que la escala de planeación es ahora continental y que las nuevas autopistas no respetarán la estructura metropolitana heredada del siglo XX.

Romper candados legales, enriquecerse a toda costa y usurpar los bienes comunes parece ser la receta de la clase política del Estado de México. «Un político pobre es un pobre político», decía Carlos Hank González, el ancestro espiritual del actual presidente de México. Su legado: un pobre urbanismo que acaba con su propio tejido social y destruye su base material, sus cerros, sus bosques, sus aguas. Que no quede duda: este es el «desarrollo» que ahora promete Enrique Peña Nieto a los estados del sur de México. Carreteras privadas, áreas naturales arrebatas a los pueblos para entregarlas a la industria del turismo, trenes suburbanos que conectan las zonas de empleo con los trabajadores que el propio sistema envía cada vez más lejos, cerros cubiertos de casas patito en las que el obrero termina invirtiendo hasta su último centavo, montañas de basura y pirámides de escenografía.

subversiones.org/archivos/116571