La lucha kumiai apenas comienza: Aurora Meza
Gabriela Martínez, Tijuana, B.C.
El olor a hierba santa y salvia blanca, lograba colarse entre las rejas y pasillos. El ruido de los tambores, sonajas y caracoles, llegaban hasta oídos de los reos del penal de La Mesa, en Tijuana.
Desde una de las torres de seguridad, Aurora Meza miraba las protestas de la comunidad indígena kumiai, su familia, amigos y activistas, quienes exigían su libertad.
“El director me decía ‘mira, eso es por tí, están aquí por tí’Eso era lo que me daba fortaleza para estar adentro, yo nunca me sentí presa, ni sola. Nunca tuve miedo, porque en mis antepasados así me enseñaron, a no bajar la cabeza”.
Aurora es una indígena de la etnia kumiai, que fue encarcelada por abigeato, el 25 de diciembre pasado, y a poco más de dos meses recobró su libertad. Un juez dijo que no había delito que perseguir y la absolvió.
Otro factor que influyó en la sentencia, fueron las pruebas que acreditaron que el Ministerio Público violó sus derechos al no proporcionarle traductores, intérpretes, ni abogado, como lo exige la Constitución General de México.
De la cárcel, recuerda que al llegar uno de los custodios la trasladó a una de las 110 celdas que están en el pasillo, y le ordenó: ¡Agacha la cabeza! Luego la tomó del brazo y le repitió la misma frase.
“Yo le dije, no, puedo bajar la mirada, pero no la cabeza. Así me educaron, mis padres ya vuelos, fueron humillados, discriminados, por eso nos inculcaron dignidad. Cuando llegué a la celda, las muchachas me aplaudieron, hubo cariño porque al salir se despidieron, ellas estaban felices por mí”.
Es la voz de Aurora en entrevista a La Jornada Baja California después de haber recobrado la libertad durante la tarde del viernes 6 de marzo.
Hasta ese día, era una de los 51 indígenas que se encuentran recluídos en las prisiones de Baja California, quienes -en algunos casos- no dominan completamente el idioma español.
Personal de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) la recibió afuera del penal para trasladarla hasta su rancho, enclavado entre cerros empedrados, con rocas gigantes y cientos de encinos de la comunidad de Juntas de Neji, a las orillas de Tecate.
Aurora ha perdido un poco de peso, pero dice que sólo fue un par de kilos. Sentada en el comedor de su hermana Yolanda, mantiene la mirada tranquila. Cuando habla se acomoda el cabello detrás de las orejas, luego alza la taza de café que tiene sobre la mesa. Bebé un poco y luego explica la causa de detención: “porque soy indígena”.
Dice que se siente contenta de estar nuevamente en sus tierras y de compartir el tiempo con su familia, pero advierte que después de su experiencia las cosas no pueden seguir igual. Llegó su sentencia, pero para ella esta lucha apenas comienza.
“Yo creo que lo peor para nosotros, es la insensibilidad del gobierno, por ejemplo en mi caso pasó algo y no soy licenciada, no conozco mucho de leyes, y no tuve con quien asesorarme al principio, la gente que supuestamente está trabajando, no lo está haciendo”.
Dentro de prisión, Aurora aprendió a compartir espacio. Aunque dormía en una cama, recuerda el hacinamiento de ese espacio. Había cuerpos extendidos por toda la celda, algunas dormidas en el piso o en los baños, al lado del retrete.
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