Los viejos sabios
Por Carlos Mireles
Territorio y tradición renovada en San Lorenzo de Azqueltán
La comunidad de San Lorenzo de Azqueltán está situada en la sierra norte de Jalisco, ahí las y los comuneros han defendido sus tierras desde hace décadas, llevando a cabo un proceso para evitar más invasiones tanto de personas pertenecientes al ejido, que lleva el mismo nombre, como de pequeños propietarios. Reclaman que se les reconozcan más de 38 mil hectáreas como parte de su territorio. Han emprendido un proceso interno de recuperación de sus tradiciones, al reconocerse como pueblo de ascendencia tepehuana. En dicha comunidad desde hace algunas décadas, también habitan indígenas wixaritari. Oficialmente, se encuentra en el municipio de Villa Guerrero y comparte linderos con las comunidades wixaritari de San Sebastián Teponahuaxtlán y Santa Catarina Cuexcomatitlán. Desde el 2013, han sido integrantes del Congreso Nacional Indígena (CNI), del que también han sido sede, lo que ha llevado a que su organización apunte hacia el horizonte de la autonomía. El pasado domingo 21 de febrero, convocaron a una reunión, estando presentes distintos medios de comunicación, dieron a conocer la situación de las tierras, así como el área que comprenden los territorios comunales. Una cosa es clara, ya no permitirán más invasiones de tierras.
Territorio de la comunidad de San Lorenzo de Azqueltán y colindancias. Elaboración: Comuneros de Azqueltán
El camino hacia San Lorenzo de Azqueltán
Descendemos por una vereda sinuosa en esta mañana en que el calor ya abraza, una curva tras otra curva sobre una carretera a medio terminar nos guían hacia el fondo del Cañón de Bolaños; es temporada de secas, faltan meses para que vengan las lluvias, por eso las laderas albergan arbustos secos, ramajes con atuendos de espinas, biznagas a ras de suelo y otros habitantes que acá les llaman pochotes, un árbol reseco, sin hojas pero con unas flores blancas que hacen contraste con el paisaje rojizo. Sobre estos cerros forrados de matorrales resalta un risco, el más espigado de todo alrededor, que entre más cerca el pueblo más alto parece. En el horizonte sobrevuela un quelele (ave endémica de la región) que anuncia la llegada al «lugar de hormigas», la comunidad autónoma de San Lorenzo de Azqueltán.
Primera parada: el almuerzo. Acomodados en el traspatio de una casa que mira hacia el río, doña Lupe quien esperaba nuestra llegada más temprano, tenía preparados chilaquiles, frijoles, café y panes recién hechos, acompañados de aguacate, queso y guajes. Sabía lo que nosotros intuíamos, éste día pintaba para largo. Subimos nuevamente a las camionetas, la cita es en lo alto de un cerro, ahí comienzan a llegar más comuneros. El humo antecede a la palabra, y en pequeños grupos se va forjando macuche, el tabaco local cobijado con hoja de maíz, también usado ceremonialmente. Mientras el humo se disipa, nos acomodamos en rueda bajo la sombra de un árbol, ahí los comuneros explican que han convocado el día de hoy para anunciar la defensa de sus tierras y el respeto de los márgenes con el ejido que mantiene el conflicto agrario en su contra. Así que ya no permitirán más invasiones de pequeños propietarios y ejidatarios en su territorio.
Cuentan los viejos sabios la historia reciente de la restitución de tierras que comenzó así: la señora Josefa Sánchez, una cacique de la región, tuvo un lío con el comunero Santos Aguilar; porque Santos estaba sembrando caña en la playa del río, donde hoy se ha verificado que son los límites de las tierras comunales. La señora, con cierto poder e influencias en la región, alegó que esas tierras le pertenecían, el pleito fue escalando, alimentado por la arrogancia hacia los indígenas que caracteriza a mucho mestizo en el norte de Jalisco. Cuentan que Josefa dijo: «¿Qué me van a hacer a mí? ¡Indios nalgas cenizas!». Llegó a tal punto la situación que acusaron a Santos de amenazas y de andar armado, por lo que llegó un pelotón de soldados buscándolo a él y a las armas que según poseía. No encontraron las armas, lo único que se halló fueron las ganas de los comuneros para tener bien delimitada y reconocida la tierra que habitan. Con el tiempo y con el fin del reconocimiento de los terrenos surgió una mesa directiva, llamada Procultura y Mejoramiento.
Fotografía: Carlos Mireles y David Flores Magón
Una reforma agraria en función de caciques
Los estudios marcan que esta comunidad de ascendencia tepehuana lleva al menos 700 años viviendo en estos territorios, por ello, hoy se encuentra en desarrollo un juicio en el Tribunal Unitario Agrario No.16 en la ciudad de Guadalajara; el título virreinal emitido por la corona española –que se otorgó el 23 de abril del año 1777– fue validado en diciembre de 1954 por la Secretaría de la Reforma Agraria. Esta dependencia puso en marcha los estudios técnicos para emitir un mandamiento gubernamental que se realizaría posteriormente. Sin embargo, el gobierno federal no concluyó el trámite por una demora en el proceso de Confirmación y Titulación de Bienes Comunales, lo que hasta la fecha ha provocado que no se reconozcan oficialmente todas las hectáreas de tierra comunal.
La dependencia agraria en vez de respetar las tierras y finiquitar la titulación de bienes comunales, creó un ejido de 1,095 hectáreas con el mismo nombre para otorgarlo a terratenientes privados en su mayoría ganaderos. Esto dio pie para que los ejidatarios fueran expandiendo sus tierras a través de artimañas; rentando, vendiendo e hipotecando hectáreas tanto de la comunidad de Azqueltán, como de los pueblos wixaritari vecinos de San Sebastián y Santa Catarina, en los predios llamados Peñitas y Cerro del Sombrero, todo bajo la permisividad de las autoridades. Actualmente, a San Lorenzo de Azqueltán sólo se le reconocen 9 mil hectáreas que fueron entregadas de manera provisional. Los comuneros han hecho una ardua faena para tener ubicado el polígono que delimita las tierras por las que se reclama la titulación, teniendo la certeza de que todo el territorio no se traspone con el área del ejido, ni con las propiedades de Villa Guerrero, tampoco con San Sebastián y Santa Catarina; lo único dentro de su territorio son las invasiones mencionadas.
Fotografía: Carlos Mireles y David Flores Magón
El cerro de las ofrendas
Después de algunas horas de caminata nos detenemos, una voz irrumpe, rompe el murmullo del agua sobre las piedras y de los arbustos que conversan con la voz del viento. Don José de 76 años, gran hombre a los ojos de cualquier citadino promedio, camina como cualquier joven entre los cerros, cada paso suyo abre vereda en la ladera rocosa. Delante de nosotros, el río Bolaños nacido en las montañas a decenas de kilómetros, alimenta la vida en los alrededores. Don José busca en su cartera, de entre varios papeles saca uno con orgullo, es una vieja credencial con su nombre otorgada por la Confederación Indígena de México. Cuenta que se la dieron hace muchos años en la capital del país. Casi siempre carga con ella pues dice: «pudiera servir para algo…». Si todo coincide, la Confederación vendría a ser una de las intentonas del gobierno para tener maniatados a los pueblos indígenas, como lo había logrado con otros sectores campesinos y de trabajadores. Allá por los 70, la cosa le salió mal, la vena no dócil de los pueblos indígenas hizo que fracasara la organización impulsada desde lo estatal. Justamente, los pueblos no doblegados al corporativismo priísta, fueron el ala rebelde que se encontró ahí. Con el paso de los años, emergería de manera independiente el CNI (del que ahora es partícipe Azqueltán), gracias al tesón de pueblos rebeldes que no quitaron el dedo del renglón.
En la historia reciente de la comunidad hubo un momento decisivo, lleno de mucho alboroto. Corría el año 2013, en el contexto del relanzamiento del CNI. La tensión inició cuando algunos ejidatarios obtuvieron financiamiento de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) para realizar proyectos de conservación de suelos. Para esta labor, irónicamente fueron tomando centenares de piedras del Cerro Colotlán, un cerro enigmático, lleno de cuevas, punto neurálgico del arraigo al territorio de San Lorenzo de Azqueltán. Esas piedras que estaban tomando para utilizarlas como simple material, eran piedras ceremoniales, habían servido como acomodo para ofrendas, y poseen historia cada una de ellas. El que las tomaran como un simple insumo provocó la movilización, hasta el punto de detener los proyectos. No solamente se pararon los trabajos, el defender estas piedras y el cerro propició un andar hacia la recuperación de prácticas ceremoniales de antaño, de ofrendas y agradecimientos a la Madre Tierra. Tanto la historia tepehuana como la fuerte tradición wixarika se han alimentado mutuamente en este pacto de renovación con las raíces y con los lugares donde antiguamente se veneraba la vida.
Los viejos sabios, los que ayer fueron hijos y hoy son abuelos, recuerdan que cuando pequeños, sus mayores tenían conversaciones en las que intercambiaban palabras que no entendían y que desgraciadamente ya no iban a aprender. Era la lengua del antiguo tepecano, una de las tres lenguas de los tepehuanos, todavía viva hace un par de generaciones. Ahora, es una lengua sin hablantes, Lino de la Rosa, fallecido en 1980, fue su último portavoz.
Entre tepehuanos y wixaritari
En noviembre del 2015, San Lorenzo de Azqueltán fue reconocido oficialmente como pueblo originario por la Comisión Estatal Indígena. En el registro de la dependencia, se registró al pueblo tepehuano que vive a un lado de Villa Guerrero, y que además, ahora convive con indígenas wixaritari en el mismo terreno comunal, hoy declarado territorio autónomo. Lo que ahora se va plasmando por la vía jurídica ha sido un empeño común para construir desde abajo la justicia; viene a ser el fruto de un incansable esfuerzo por mantenerse y reconstituirse como comunidad indígena. Es palpable que en este pueblo combinan estrategias, si hay que trabajar lo legal-jurídico lo hacen, pero también saben que lo importante es el tejido comunitario, el grosor de las relaciones de tú a tú, de nosotros a nosotros, la trama que sustenta y da vida al pueblo.
Esta reivindicación del pueblo tepehuano en Jalisco, nos deja aprendizaje. Se puede ir a contracorriente del despojo, aún cuando en la superficie muchas prácticas y tradiciones se hayan ido desvaneciendo con el paso de los años, porque la tradición, como «el costumbre» de los wixaritari, se puede alimentar con la defensa del territorio. El reencuentro con otra forma de vida, diferente a la que marca la lógica capitalista, no es exactamente una vuelta al pasado, es el arraigo a la tierra ancestral, el reencuentro con las tradiciones, algunas veces por oído y recuerdo, otras veces a tientas o de manera intuitiva. Todo esto, el día de hoy son los frutos de una comunidad que fortalece la tradición renovada situada en el presente. Y las y los viejos sabios que han caminado ya décadas en esta lucha por la tierra, hacen de Azqueltán, además de indígena y autónomo, un árbol recio y espeso dónde guarecerse de la tormenta.