Edomex y su “vacío de autoridad” frente a los crímenes de género

Alejandro Melgoza Rocha

Cuando empezaban en la década de los ochentas las desapariciones y asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua, las versiones policíacas coordinadas con el sensacionalismo de la prensa no tardaron en arrojar notas y reportajes sobre sectas satánicas o asesinos seriales muy parecidos a los de la cinematografía estadunidense que no terminaban por explicar lo que sucedía. Sin embargo, los familiares de las víctimas empezaron a notar la conformación de un sistema en torno a los casos, como los patrones físicos de las mujeres, el extracto socioeconómico del cual provenían, la geografía y sitios donde ocurría todo, así como la edad de las mismas.

Juárez tiene una causa social construida tiempo atrás y que ahora es conocida en muchas partes del mundo. Eso en buena medida se ha debido a iniciativas ciudadanas como la organización juarense Nuestras Hijas de Regreso a Casa, la cual ha sido guiada por la cofundadora Norma Andrade, cuya hija Lilia Alejandra fue asesinada en 2001. Doña Norma carga siempre un folder con la foto de su niña, ha caminado sin descanso a lo largo de casi 14 años en caravanas junto con otras mamás. Su voz, la voz de una madre herida, es tan conocida por el Estado Mayor Presidencial (EMP) que los mandatarios le huyen. No obstante, ni Fox, ni Calderón ni Peña consiguieron hacerlo.

Con el paso de los años la situación en Juárez no es muy distinta, incluso en marzo pasado apuñalaron a Ivonne Adriana Valenzuela Gómez de 45 años, y su hija Cinthia Berenice Valdez Valenzuela, de 25, de acuerdo con la Fiscalía del Estado de Chihuahua. Empero, doña Norma recordó al recibir el premio Alice Salomon 2013 en Berlín que “cuando comenzó la violencia del narcotráfico en Ciudad Juárez fue tan grave que entonces los demás conflictos comenzaron a diluirse. Y no es que redujeran o desaparecieran, simplemente se eclipsaron por el incremento de la violencia del narco. Pero jóvenes desaparecidas las sigue habiendo todo el tiempo (…)”.

Para ese entonces, durante la guerra contra el narcotráfico lanzada por el calderonismo, en el Estado de México, bastión del Partido Revolucionario Institucional (PRI), reventó un fenómeno en la administración del heredero de Atlacomulco, Enrique Peña Nieto (2005-2011). Ese fenómeno, el de la violencia de género, se venía cocinando desde principios de los noventas con el ex gobernador Emilio Chuayffet (1993-1995). El oficialismo intentó a toda costa ensordecer la problemática que se desenvuelve con frecuencia en la zona conurbada, ya conocida por las organizaciones sociales como “el corredor de las desaparecidas” (Neza, Tultitlán, Coacalco, Ecatepec, Tecámac).

Las postales que ilustran la turbulencia en Ciudad Juárez, son las que ahora viven madres y padres de familia mexiquenses que no sólo se enfrentan a las negligencias y nulos avances de las fiscalías, sino al ninguneo del núcleo priista a nivel nacional, el cual ha tratado de justificar las desapariciones o feminicidios con respuestas como la que emitió en abril pasado el actual gobernador, Eruviel Ávila Villegas: “¿En el Estado de México es donde más delitos contra mujeres hay? ¡Sí! pero también es donde existen más mujeres”; o que hay cosas más importantes que resolver que los feminicidios.

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De tez morena, barba de candado y casi rapado, el maestro Manuel Amador Velásquez es uno de los testigos locales de lo que viven las mujeres mexiquenses, entre ellas sus alumnas de la preparatoria 128 de Ecatepec, un municipio cuyo panorama arrastra índices de violencia muy altos, delincuencia organizada y crímenes de género. Se ha dedicado a incluir en sus programas de estudio temas sobre violencia de género y derechos humanos, los cuales complementa con campañas informativas, performances y actos de protesta.

Amador no quita el dedo del renglón de que el trasfondo de los feminicidios y las desapariciones en el Edomex se deben a un “vacío de Estado” que está inserto especialmente en los territorios conurbados; aquellos donde hay mayor población, pobreza y actividades de bandas del crimen organizado como la Familia Michoacana. Vecinos ecatepequenses consultados han señalado que la “epidemia” en contra de las mujeres coincide con la llegada del cártel que tiene más presencia que la policía municipal. “Es la boca del lobo cuando anochece”, dice uno de ellos.

“Es indicativo que las zonas de mayor incidencia de feminicidios también están caracterizados por una amplia presencia de grupos criminales (…) Cualquier denuncia que atraiga la atención de la opinión pública será tomada como una amenaza a los intereses de este régimen paralelo”, refiere el libro Violencias y Feminicidio en el Estado de México del también académico de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

Pero esa historia en Ecatepec está presente en la entidad caracterizada por ser industrialmente rica, pero con vecindarios sumidos en la miseria. Manuel cree que no se deben percibir estos casos como aislados y desde una óptica de la “nota roja”, pues entonces no se tienden a ver factores como el de que las historias de vida de las mujeres que son víctimas provienen de estratos pobres, familias fragmentadas, con padres obreros que casi no pueden prestarles atención, de origen indígena, mujeres en situación de calle, niñas que deben trabajar desde muy temprana edad. Habrá excepciones, no obstante, piensa que lo anterior sumado a la ausencia de leyes, propicia la vulnerabilidad.

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El pasado 5 de junio Amador acudió a la congregación en el Ángel de la Independencia en contra de los feminicidios. En medio de las consignas emergían dos estados que denunciaban una gran variedad de casos: Chihuahua y el Estado de México. Vestido con una camisa roja y un pantalón de mezclilla, Amador Velásquez sostenía una enorme manta blanca que rezaba con letras negras: “ERUVIEL FEMINICIDA DE ESTADO”.

Esa denuncia no es para menos, tan sólo de 2005 a 2011 se han cometido mil 200 asesinatos de mujeres; y de 2011 a 2012 fueron reportadas como desaparecidas mil 258 niñas, de las cuales 53% tenía entre 10 y 17 años, de acuerdo con el Observatorio Nacional Ciudadano de Feminicidios (OCNF). Mientras que la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres en América Latina y El Caribe (Catlawc) ha denunciado dos casos de desaparición por día en el Edomex.

“La violencia hacia la mujer se da tanto en el ámbito privado de las relaciones intrafamiliares y de pareja como en el espacio de la calle. Esta división del espacio, aunque acusa diferencias en la instrumentalización del abuso de las mujeres, tiene una misma fuente estructural: la misoginia se ha normalizado y propagado en este medio, es decir, más que tolerarse se naturaliza y funcionaliza.

“Esta misoginia debe entenderse no solamente como una fobia –miedo y repudio contra lo femenino- incubada en el plano de la frustración de los hombres marginados, sino también la que se cristaliza a través de las intervenciones institucionales, los discursos mediáticos y, en general, el sentimental generalizado de anomia e indiferencia por parte de los diversos sectores sociales

“Estos factores se combinan para que los feminicidios en el Estado de México no gocen de la visibilidad internacional que tienen los feminicidios de Ciudad Juárez y Guatemala”, apunta Amador en su texto.

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Desde entonces grupos de madres se han reunido para reclamar justicia para sus hijas, pistas que las lleven a su aparición, han investigado con sus propios recursos, han recorrido esquina tras esquina por cualquier información que las lleve a ellas. Son dos contextos, una misma situación, una misma denuncia, se reencontraban cara a cara las madres juarenses con las mexiquenses.

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